Como el proceso de adopción no me está haciendo sufrir bastante, he decidido también dejar de fumar. Pa’ mis nervios.
El sábado, después de hablar con el abogado, recuerdo que pensé “voy a limpiar los fuegos, que ayer se quedaron un poquitín guarros”. Y -lo juro- ya no me acuerdo de nada más. Volví en mí tres horas y cuatro discos de Alanis en mi MP3 más tarde. Cuando se acabaron las pilas de la música y, de repente, me dí cuenta de que el grupo de gente que vive conmigo comentaba cosas a mis espaldas desde la puerta de la cocina:
_ ¿Desde cuándo está así?
_ ¿Dónde ha puesto la puerta del horno?
_ Pues sí que ha ido bien con el abogado, ¿no?
_ No, en serio, ¿cómo ha hecho para desmontar la puerta del horno?
_ Aquí, huele raro…a ver si ha mezclado lejía con otras cosas y nos vamos a desplomar todos muertos…
Aparentemente, en algún momento entre limpiar los azulejos y desatascar el fregadero, desmonté la puerta del horno a piezas y la puse a remojo con una mezcla casera de varios quitagrasas en la bañera de plástico que será de mi futura vástaga. Por lo tanto, la puerta del horno estaba en mi baño. Si la cocina olía raro, el baño ni te cuento. Sólo me faltó poner gasolina.
Despacito, la Chica Encantadora que tenemos en casa se acercó a mí (en el fondo, es la más valiente): “ya pasó, Kaktus, tranquila. Puedes soltar el estropajo. Everything is going to be ok”.
Cuando, finalmente, me resigné a pasar la última fregona, después de haber puesto la cocinilla, la puerta del horno y el frigorífico en sus respectivos lugares de origen, me invadió un sentimiento de pérdida. Yo, de esas tres horas de mi vida, sólo recuerdo Felicidad.
Como la niña me salga difícil, me lanzo a limpiar la fosa séptica.
P.D: Para los que se preocupan por mi salud mental: en el caso de Mónica Geller, estas cosas eran SÚPER graciosas.