Antiguo, muy antiguo. Todo antiguo, casi tanto como el respirar.
El mismo antiguo teclado donde redacté mi tesina fin de carrera. Y los apuntes. Y la copia que he encontrado, la última. ¿Cuándo van a acabarse, joder?
Por si acaso, he registrado todos los cajones y huecos. Folios amarillos, libros polvorientos y libretas llenas de tachones originales. Es la última que queda, la copia extra, la olvidada. Una. La última. Aprovechar la oferta de impresión a color y una más de regalo, el día que fui a llevarlas al registro (de la propiedad intelectual).
La que quedaba. Porque después de la foto-friki de rigor (para los días de cables cruzados) la he metido en una bolsa de basura y de ahí al contenedor. No encontraba el de reciclaje de papel, tampoco me he tomado mucha molestia, así que ha ido al contenedor pestoso general.
Fin.
El bolígrafo negro lo he guardado, que es nuevo, el que uso desde hace una semana y media. Con una libreta que también es nueva, en la que escribí (semana y media atrás) lo siguiente, como pensamiento volátil justo al terminar Magma [Spurious]:
¿Y qué diferencia hay, sino el dolor?
¿Y qué se llevará la muerte, sino la vida malgastada?
¿Y quién se acordará de mí, cuando yo ya
no tenga memoria?
Que vienen a ser los últimos versos del poema El espíritu escondido, que da título al libro.
Y qué cojones, me lo encuentro en la casa familiar, sin saber que estaba aquí. La libreta de Dorian también está.
La edición Salvat con polvo y ácaros de La metamorfosis y otros cuentos no está, quizá en las cajas del fondo. En las de allí arriba. Que no llego y me voy a matar con la escalera. Mejor miro los que están a mano, los que conservan el olor a viejuno y siempre estuvieron rodando por ahí. Casi todos tiene una marca, con mi caligrafía infantil; imperceptible, a escondidas, para que no me los quitaran. Las primeras batallas silenciosas a una edad superior a los 7 e inferior a los 10 años.
NIÑOS, NO LÉAIS TANTO, que os quedáis tocados de por vida.