Hace como un par de días me pediste que por favor leyera el último libro que acababas de publicar y que te dijera honestamente lo que pensaba. No tienes vergüenza. La dedicatoria me llegó al alma, como todas las tuyas. Creo que es lo que más me gusta de tus libros, la dedicatoria que me dejas siempre. Por lo demás, me dio esta vez por ser honesta y decirte que no me gustaba nada el libro. Es un panfleto, uno más de los que estos últimos años estás escribiendo. Panfletos para elogiar tu ego, para salir en la tele, para que los amiguetes de siempre y alguno que otro nuevo te escriba un algo en la prensa para que te sigas hinchando y vuelvas a publicar otro panfleto. Ya sabes, esto de la escritura de compromiso funciona así. Hasta que se te acabe el chollo con lo del compromiso. Ah, se me olvidaba decirte que también sirve esto de la literatura para viajar un poco para la promoción del libro. Esto último es lo más divertido, tú y yo bien lo sabemos. Todo eso no está mal en sí, pero no sé yo hasta que punto no es prostituirse un poco; tú que deontológicamente hablando siempre anduviste de quijote irreprochable. Y sonrío. Ya ves, todo cambia. Tú que siempre dijiste que la gente no cambia, pues sí, cambia. Hasta tú has cambiado. Yo también. A lo mejor es que ya no leo en horizontal tus textos sino en diagonal, a lo mejor es que ya no necesito corregirles ni las comas ni los puntos, y que respiro cuando leo entre los galicismos que te sigues mandando, y que sea debido todo esto a que hoy ande tan solo combinando entre tu sintaxis, una sonrisa.
Aunque también sea cierto que haya cosas que nunca cambien; me ha gustado siempre ir por libre, aunque duela.