La música está por todas partes, lo único que tienes que hacer es escuchar.
– August Rush
Es necesario que te des cuenta de que todo es belleza. Crecí en un barrio feo, de esos en los que las madres llaman a Jonathan a gritos desde el octavo y hasta al piso séptimo alcanzan las discusiones de los vendedores de muerte y placer. Caminaba entre edificios decrépitos, jardines famélicos que también servían de trastero, basurero y cementerio de mascotas. Las aceras iban a parches y rotos, y el asfalto lo mantenía Dios y la lluvia. Luego estaba la gente que se metió a vivir en los locales donde se suponía que iban a poner tiendas, apañándose agua y electricidad de la calle. No me quejo, a diferencia de Rumanía, allí nunca hacía frío.
Estaba el mar, que se extendía limpio desde el cementerio hasta las ruinas de la atalaya. Los barcos fondeados frente a mis ojos de niños me regalaban aventuras; yo era el vigía en lo alto de la torre verde que era, literalmente, como llamaban a mi edificio. La hoz y el martillo de los pesqueros rusos, los cañones de las fragatas de la Armada, las parabólicas del Gagarin, las largas siluetas de los petroleros, los diminutos prácticos que solo alcanzaba con mis prismáticos, o incluso el óxido que daba un aire otoñal a los más viejos. En todos encontraba belleza.
Después me taparon la vista con un muro de nuevos edificios. Vinieron nuevas personas, más pobres, a llenarlos. Algunos de mis vecinos temían que robaran. A mí me daba igual, ya me habían robado el mar.
Me quedaba el cielo
El cielo, dicen que siempre azul, pero es hermoso cuando lo rompe un hilillo de avión, o una nube solitaria. Cuando las cosas iban mal escapaba al cielo. Cuando no podía posar mis ojos sobre nada que no fuera horrible, roto, tris, gris, sucio, peligroso, escapaba al cielo. Allí todo estaba bien, siempre.
En el cielo aprendí a descubrir la belleza en todas las cosas. Mi lugar de refugio, mi castillo en el viento, fue mi escuela de arte. El gris de una nube no era feo, el gris de mil nubes era potente, era toda la furia de la naturaleza contenida, hecha color, bullendo por escapar. Hasta el cielo más plomizo nunca es monótono, hay miles de rugosidades que vuelan y se entremezclan como hilos.
Pude después bajar los ojos e ir encontrando belleza, en cada uno de los pequeños detalles, en los fragmentos de cemento, en las piedras, en las arrugas del asfalto, las hormigas y hasta las cucarachas. Solo hace falta enfocar el corazón y tener fe que sí, allí, también hay belleza.
Es necesario, repito, que te des cuenta de que todo es belleza, para que no necesites nada.
Foto CC -by Kevin Dooley