Después de toda la noche y de horas de jugar y jugar sin parar, cuando fuera ya se estaba haciendo de día y dentro del casino todavía parecía que el tiempo estaba congelado, tras copas y desilusiones puestas en juegos que perdió, decidió apostar todo lo que le quedaba al rojo. La ruleta dio vueltas y vueltas, y salió negro. Ganó la banca y el frío rastrillo del crupier retiró de la mesa su todavía latente corazón.