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Todos los caminos conducen a Roma

Publicado el 02 julio 2013 por Yusnaby Pérez @yusnaby
roma

Me bajé del tren mientras amanecía en Roma, y así tuve delante de mí a la ciudad eterna. No quería hacer otra cosa que conocerla, caminarla, sentirla. ¡Cuánta historia! Caminé sin parar más de siete horas, desde el Vaticano hasta otros sitios, que pocos turistas conocen.

Vi mucha gente de diferentes nacionalidades hablando diversas lenguas. Vi gente alegre y vi gente triste. Vi muchísimos inmigrantes vendiendo todo tipo de cosas, desde carteras hasta calendarios del 2014 con la figura del papa Francisco. Vi gente pidiendo limosna. Vi mendigos durmiendo en cajeros automáticos. Vi la bandera de Cuba ondeando en un balcón. Mientras más recorría la ciudad, más mi mente se llenaba de ideas e inspiración para escribir.

En algún momento, conocí a un señor de Egipto que vende anillos frente a la Fuente de la Plaza de la República; y le hice muchas preguntas. Me contó que vino a este país buscando mejorar su economía y que dejó en su tierra a su esposa y cuatro hijos. Ahí me vinieron a la cabeza setecientos casos de cubanos parecidos a este. Le conté que venía de Cuba y se interesó por la historia que tenía para contar. Un egipcio vendedor de bisutería en Roma interesado por la situación en Cuba: ¡Qué interesante!

Fui a la Fuente de Trevi y seguí la tradición de lanzar una moneda al agua. ¡No tiré 1€ porque me hacen falta! Lancé un peso cubano amarillo, gastado, con la imagen de José Martí; y pedí salud y libertad para Cuba. Dicen que las cosas que se hacen con fe aunque sean las más banales devuelven una energía increíble. ¡Y eso es lo que necesito ahora! Energía para no detenerme nunca en mi arriesgada trayectoria.

Vi tantas cosas, y no pude dejar de comparar con Cuba cada una de ellas. Una ráfaga de imágenes y símbolos optimizaron mi cerebro. Vi gente con esperanza, con ánimos de futuro, con espíritu emprendedor. No puedo mencionar cuantos pequeños negocios conté, perdí la cuenta; cuanto movimiento. Vi a una madre sonreír y a un niño llorar; ¡pero ese niño no lloraba por hambre! Pregunté tanto y aún me queda mucho por preguntar.

Estas experiencias indudablemente me las llevo. Las importaré a mi país, se la contaré a mis padres, a mis amigos, a mi abuela. Les diré que hay un mundo muy grande fuera, donde no siempre todo es bueno, pero los buenos sí se pueden convertir en grandes. Con el permiso de los italianos me llevo mi cámara repleta de fotos que las compartiré poco a poco con ustedes. Pero lo más importante es que hoy salgo de esta ciudad con mi cabeza un poco más libre.


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