Publicado el abr 25, 2012 en Charlas de mate lavado
“Ay, mirá qué lindo pasacalle”. Esa frase se encuentra en el inconsciente colectivo, o en el colectivero incosciente que viene arriba del 60 a toda velocidad, se distrae con el “felices 15 Martita, vivilos con dulzura y hermosura” y casi mata a un par que se mandaron a cruzar rápido porque llegaban tarde a su casa.
Cumpleaños, propuestas de casamientos, declaraciones de amor, publicidades de empresas que hacen pasacalles. Todo puede ser inmortalizado en un trapo. No como los caretas de ahora que lo ponen en 140 caracteres y piensan que dejan una marca. Colgalo si querés que lo vean. Que el mundo sepa lo que sentís.
A ver, ahora en serio, queremos decir algo: un pasacalle no es lindo, no es romántico, no es agradable a la vista (ni hablar de que no son muy legales). Más allá de todo eso, un pasacalle es un regalo excelente. Nadie espera encontrarse un pasacalle con su nombre.
Pensalo bien. Imaginate a la cantidad de gente que te encantaría ponerle un buen “Feliz cumpleaños retoño de azucar” en la puerta de su casa. Es genial, el tipo se levanta a la mañana para ir al laburo y Boom! Le clavaron un “Y sí Martín, los 30 te encuentran hecho un tigre”. El portero lo ve salir, corta un toque el chorro de la manguera, y le agrega un: “miralo a Martincito eh…”
Bancamos a muerte a los pasacalles. Tanto es así que una famosa escritora de este blog sueña que algún día alguien le haga ese regalo. Dicen que Julián anda por el barrio.
Vale otro:
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