La mujer no mira a nadie, está sola sentada en la cómoda banqueta de la barra del bar, paladea un Tom Collins. Yo si la miro, al principio de forma disimulada, luego ya sin disimulos. Sus zapatos de tacón infinito y su corta falda en un bar de hotel, parece que ha salido de caza, y las nerviosas gacelas nos movemos sin saber si acercarnos a la bella depredadora o huir cuando todavia hay tiempo.
Comparto desde la distancia otro Tom Collins y le hago una seña al camarero para que le sirva a ella otro, la música acompaña suave la tonalidad azulada del bar.
No recuerdo quien me dijo una vez, que un Tom Collins sabe como un beso, ahora mismo no podría estar más de acuerdo.