Llegas trayendo agua, vientos y tristezas. Arrasas sin piedad las tierras del esperanzado, tumbando con tu fuerza árboles, techos y construcciones que se humillan a tu paso.
No cesas de llorar, desahogando tu dolor sobre la faz de una región maltratada por tu constante flagelo; que te pide a gritos que no la maltrates; que la ames, que la quieras con suavidad: que riegues sus pastos para reverdecer, no para convertirlos en pantanos.
Has desahogado tu furia, tu venganza ha sido plasmada; necesitas descansar, dormir. Te retiras a paso lento, hasta desaparecer, a esconderte entre las nubes, viajando a otros lares. Te despides; dejas al cielo despejado.