En la inmensidad, un barco perdido en el ancho mar, uno de esos que trata de retornar a sus inicios, y el marinero que controla la nave en su vida única y solitaria concibe ya su fin.
Una promesa, un deseo, una ilusión y un fracaso es lo que lo encadena y va atormentando una vida llena de altibajos y sonidos vacíos.
De repente, un oleaje fortuito, siniestro, peligroso y divagante sacude el barco, sacudiendo la vía de sus emociones y que paulatinamente por la fuerza de las olas y de su tristeza deja succionar y arrasar fragmentos interminables y prometedores de una vida distorsionada.
A la par del oleaje, una lluvia algo tenue lo acompaña a él y a su máquina, golpeándola una y otra vez en un ciclo mortal, haciéndole suplicar por todo lo eterno, haciéndole rendirse por lo que es y nunca será.
En la lejanía del paisaje feroz, los rayos acompañan los sonidos de su tristeza, borrando ideas alegres y de paso transformándolas en marginales, trémulas y desgraciadas; llevándole a un lugar en el que ni las oraciones a los celestial lo salvaran, y él en su miseria empieza a desconfiar hasta del aire que reposa en sus pulmones.
Y al son de las gotas de lluvia se va creando una tonada que conmueve a su corazón ya casi extinto, explorando en su humanidad, llorando por todos los recuerdos que están latentes de las signasis de su cerebro.
Y al fin y al cabo, perderse en el mar de sus emociones por la confusión de sus palabras y acciones, por la corrupción de sus prioridades le llevaron a el directo a esta tormenta, recordando lo que nunca llegará a ser y el final de todo, dejando una vida vacía, diáfana y poco coherente.
El ya se enfrenta a la última vez que vivirá, donde el deceso de sus ilusiones se fortalece… es el fin de él, uno que se dejo perder en si mismo y en las vibraciones de su entorno.