A nivel estatal los políticos nacionales (gobernantes sobre todo) no se cansan de decirnos que la crisis es historia, que se crea empleo desde hace más de tres años ya. A nivel local, los de ahora dicen que todo va bien y los de antes que no todo lo bien que podría ir se estuviesen ellos.
El caso es que a mi no me termina de cuadrar nada.
En Tomelloso el porrazo sufrido con la crisis ha sido tremendo. Tomelloso tiene (o tenía) una economía muy dinámica, con mucho emprendedor, poco funcionario, mucha agricultura y nula gran empresa. Todo lo hacemos a pulmón, a lo bruto que dirían las poblaciones vecinas. En los años de vacas gordas la construcción se apoderó de todo el dinamismo, y la hostia, con el estallido de la burbuja, ha sido de las que hacen época.
Con el cierre de año, la cascada de datos que salen a la luz me vuelven a mosquear. Algo no me cuadra. Tomelloso no es lo que era o, al menos, no es ni sombra de lo que fue hasta 2008. La crisis se habrá ido, pero su fantasma se ha quedado. El ambiente es de precaución extrema (al menos no es depresión, como estos años de atrás) en todos los niveles.
Uno de cada cuatro tomelloseros/as ha encontrado empleo, en el sector agrícola, industrial, de servicios y de la construcción.
El año 2016 (aún no hay datos de 2017) con unos 11.000 cotizantes, parece indicar un cambio de tendencia. Además, el incremento de afiliaciones fue en todos los sectores, algo que es, sin duda, muy significativo y que conviene destacar.
Tomelloso tiene 4.110 personas registradas en la Oficina de Empleo, una cifra alta para un municipio de 36.280 habitantes, aunque esperanzadora, si tenemos en cuenta que en diciembre de 2012 el número de desempleados era de 5.523 personas. Esto quiere decir que uno de cada cuatro tomelloseros/as ha encontrado empleo. (enTomelloso.com)¿Todo va bien? mmm... no sé.
A ver: en 2012 —fondo de la crisis— nos ahogábamos con 5.523 parados en una población que entonces contaba con 39.093 empadronados. Después de 2.012 la crisis continuó apretando el paso, pero el paro se mantuvo estable aproximadamente en esos 5.500 parados. Curiosamente, el personal dejó de apuntarse al paro y optó por marcharse. Si tenemos en cuenta que a diciembre de 2.016 teníamos 2.813 habitantes menos (36.280) que en 2012 y que en esa misma fecha (2.016) aún manteníamos 4.500 parados inscritos (1.000 menos que en el plena crisis); si contamos con los salarios actuales (muy lejos, en general, de los de antes de la crisis) y que la construcción a perdido el 80% de los empleos, que no ha recuperado; si contamos con los trabajadores con contratos de quita y pon, de pocas horas, con salarios minúsculos pero que no figuran en las listas del paro... Posiblemente, si miramos los datos con un poco de perspectiva, nos comenzarían a cuadrar muchas cosas.
Puede que los datos inviten al optimismo, que los números comiencen a cambiar el gesto. Pero esos números no tienen nada que ver con los de hace diez años. Los números empiezan a cambiar, pero el gesto aún es temeroso, miran desde abajo —llevan demasiado tiempo viviendo en el fondo— con cara amoratada, hinchada e incrédula, cubriéndose con el brazo —por miedo a recibir un nuevo golpe— al menor ruido, con el menor contratiempo.
La crisis no sé si ha muerto —los políticos dicen que sí—, pero su fantasma es seguro que sigue con nosotros. Al parecer aún quedan pecados por expiar —nuestros y de otros— para poder echar al fantasma, para poder romper sus cadenas. Hace tiempo que parece una condena eterna.