Tenemos una vida frenética, en la que disfrutar, lo que es disfrutar… poco. Ahora pienso en mi padre (hola papá) y recuerdo que trabajaba para vivir. Pero nos veo a nosotros y no tengo ni puta idea de lo que estamos haciendo, pero me da que muchos de nosotros no trabajamos para vivir, empiezo a pensar que ni siquiera vivimos para trabajar, sencillamente, trabajamos.
Para poder llegar a final de mes, seguramente se levantaba súper temprano para irse al trabajo número uno, llegaba a casa a las tres, comía algo, se echaba una siestecita de media hora y se volvía a ir a currar a otro sitio. Sí, así era. Encima, del segundo, volvía a eso de las nueve de la noche, para cenar, ver un rato la tele, que en aquella época era mala... ah, sí, claro, cómo ahora, al menos entonces daban pelis de vaqueros... Y luego se iba a la piltra para empezar de nuevo.
Ahora, al menos en mi profesión, el tema viene siendo similar, aunque con algún matiz diferenciador. Seguimos currando desde bien temprano hasta más allá de las nueve de la noche, aunque sea en el mismo trabajo y por un sueldo poco razonable. Encima, con las maravillosas nuevas tecnologías, conseguimos estar conectados a todas horas. Entre el móvil y el ordenador portátil, tenemos siempre el placer de la disponibilidad, porque siempre hay alguien por encima tuyo, en el curro digo, que trabaja todavía más que tú, al menos, está ahí, es increíble. Llegas por la mañana, está. Te vas a tomar un café, se queda. Te vas a comer. Se queda. Vuelves de comer, está. Vas a media tarde a tomar el aire cinco minutos. Se queda. Vuelves. Está. Te vas a las nueve de la noche. Se queda... Joder, vive ahí. Encima, el domingo por la tarde te fustiga a correos electrónicos. Si es que no se puede desconectar.
Claro, si haces números, que los he hecho, resulta que de las 168 horas que tiene una semana de lunes a domingo, te puedes tirar, tranquilamente, 45 de ellas dedicadas al trabajo. ¿En porcentaje? Cerca de un veintisiete por ciento de tu semana.
Claro, ahora se despierta nuestro lado estadístico, ese que nos mola tanto cuando estamos en el corrillo del bar o de la escalera con los vecinos, y empezamos a hacer números.
Jodeeeeeer. Si te fijas, entre dormir y currar, ya se nos va un trágico SESENTA Y TRES POR CIENTO de la semana. Me cagontó...
Claro, en comer nos dejamos un nueve por ciento, en desplazarnos de un sitio a otro, un cuatro por ciento, en hablar por teléfono (aquí seguro que alguien tiene diferencias de opiniones con la variante del sexo de los interlocutores) cerca de un siete...
Hablando de sexo. ¿Quieres ese dato? Venga, va, sí... Con dos cojones. Invertimos en sexo algo más de un uno por ciento. Y sólo ese algo más es para sexo compartido... Sí. No me mires así. Habla con el Sr. Woody Allen. Joder, ahora me vas a decir que tú, todos los días, y no sólo una, si no que varias veces. Ah, por cierto, que en ese tiempo están incluidos los preliminares...
Si es que somos unos tristes. Currar, dormir, comer, movernos (poco)... Con la familia y los amigos, compartimos poco tiempo, y encima, ese poco tiempo, estamos ya hasta los huevos por culpa de algún cretino del curro que nos hace perder los nervios día tras día...
Si es que el mundo está mal repartido. A ver, digo yo, ¿por qué somos tan sumamente tontos y nos autoconvencemos con la palabra "responsable" para defender la idea de que el trabajo es tan importante? Joer, si lo es... Pero no tanto. Parece que nos encante putearnos los unos a los otros, en vez de tomarnos una cervecita bien fresquita y disfrutar del tiempo libre...
Menos mal, que, a algunos, lo que más nos gusta es poder reírnos de estas situaciones, sea en el curro o en la calle, en el bar o en casa, porque sabemos que, al final:
¡La vida son cuatro días!
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