Somos el fruto de nuestra experiencia y los fracasos y las victorias no son más que pasos en el camino que nos hacen ser como somos. Tal cual.
A veces te entusiasmas, vives la vida sin dejar que se te escape una gota, todo es un exceso, todo te entusiasma, vives como si no hubiera un mañana y por más que los viejos te cuenten que estás empezando te crees en el cénit, estás arriba, nada ni nadie te supera. Es la osadía de los veinte.
En Ibiza
Apruebas todo a trompicones o sin ellos- siempre hubo quien conseguía matrículas aunque yo no se como se hace eso- careces de responsabilidades, tus padres te proporcionan todo lo que necesitas o menos pero da igual ¡con cualquier cosa te apañas o te apaña algún amigo con más paga que tu! te bebes la noche y el día te lo juegas al póker, al mus o al mentiroso. No sabes lo que es madrugar, el amanecer lo conoces a la salida de algún local pero no lo contemplas, las mañanas no empiezan hasta la una y la comida es un simple modo de sobrevivir para poder seguir adelante. Tu vida se limita a tus amigos, tus cervezas, tus bailes y tus salidas... y si podías escaparte a Jávea o Ibiza (¡oh, los veranos de Ibiza!) eras una privilegiada.
Las risas son tu tónica y dibujan tu rostro con una sonrisa bobalicona que sólo perderás con el tiempo y los problemas.
De este modo pasan los mejores años de tu vida que durante otros tantos añorarás aún cuando seas feliz a tu manera.
Llega el amor- el de verdad- y te comprometes, decides unir tu vida a aquel que te hace reír, que te produce ternura, que te arrebata en todos los sentidos, que es tu compañero, tu mejor amigo, que te hacer temblar cuando te toca y con el que vives en una especie de nube de ilusiones, de anhelos, de deseos y de proyectos que obviamente- ¿quien lo duda?- se harán realidad.
El día de tu boda o de lo que sea, transcurre entre nubes de algodón, eres más feliz que nadie sobre la tierra, ¿o no?. Los que nos casamos enamorados lo fuimos, no había nada en el mundo que pudiera superar aquel momento mágico en que le viste aparecer a la puerta de la iglesia dispuesto a compartir toda su vida contigo, no hubo lugar más que para la emoción y la alegría, por ti, por él, por tus padres, por los que te querían, y por la vida que te esperaba. Te seguías comiendo el mundo y vivías llena de esperanza.
Es la ilusión de los treinta.
Sin palabras
El inexorable transcurso del tiempo- ¡que faena!- te pone en tu sitio.
No enseguida. Pasan los años y deseas hijos, sufres porque vengan y te sometes a mil torturas para conseguirlo, ves como los que te rodean tienen hijos sin problemas, mientras tu, que lo anhelas, no puedes conseguirlo. Son los primeros tropiezos de una vida que se presumía perfecta. Pero ni aún así te hundes- sin amor no se supera, es duro, muy duro- piensas que tu unión puede con todo eso, no hay nada que te impida ser feliz.
Los amigos, antes tan inseparables, comienzan a no verse. Los niños requieren demasiada atención, tiempo y dinero como para poder seguir llevando la vida anterior. No es posible ya bailar como una peonza hasta el amanecer. Nadie nos suple, nadie nos saca las castañas del fuego sino nosotros mismos. Ha llegado el momento de la responsabilidad, de la paternidad, de las obligaciones, de contar los céntimos, de pensar en ellos más que en nosotros y de contar las cuitas de tus hijos, sus primeras gracias, sus vomitonas, sus fiebres y de aburrir profundamente a tus amigos todavía libres de obligaciones.
La vida nos va separando- pero, aunque entonces no lo sepamos- nos volverá a unir. Cada mochuelo a su olivo y hasta mas ver.
Y así comienzan los cuarenta. Con cierta sensación de soledad.
Tus amigos, antes omnipresentes en tu vida, se aburren como tu en el sofá.
Añoras las risas de antaño, las juergas- que sólo te permites varias veces al año- y la complicidad hoy desaparecida. En ocasiones tus amigas son extrañas para ti. La maternidad cambia de modo definitivo a algunas mujeres que dejan de ser ellas mismas y las pierdes para siempre.
Es una época rara.
Aún cuando sigues saliendo, menos obviamente, no disfrutas lo mismo que antes. Las conversaciones cambian y también el trato. No eres tu entera.
Las responsabilidades y la desazón hacen mella en tu ánimo. Los problemas económicos te impiden dormir, tu vida profesional no transcurre por los cauces deseados, te sientes fracasada aún cuando sabes que vales para eso y sin embargo no tienes oportunidad de demostrarlo. Ves desaparecer a padres, amigos demasiado jóvenes, otros se separan o buscan alternativas extrañas y esto- quieras o no- altera todo, altera tus planes, tus ilusiones, tu planteamiento de futuro....tu vida en definitiva. Y así han transcurrido los cuarenta.
Los hijos crecen, las parejas se renuevan, los trabajos cambian y los amigos antes desaparecidos vuelven. Redescubres a personas que ignorabas, estaban ahí pero las desconocías- la vida os había llevado por distintos cauces o a distintas esquinas de la mesa- amigos de la juventud te llaman un buen día sin misión y ello te hace feliz. Te liberas de problemas que antes considerabas irresolubles. El dinero que no te dejaba dormir ahora ni aparece en tus sueños aún cuando es más escaso que nunca, te apañas con más facilidad, te dices que en cualquier caso saldrás adelante sin problema. Los bigotes y las barbas encanecen, el pelo rubio o moreno precisa tinte cada quince días, los calores te agobian y pese a ello vuelves a reírte a mandíbula batiente, vuelves a bailar como una peonza sin fin- nunca como antes, el cuerpo serrano ya no aguanta-, decides descubrir nuevas actividades que te sacan de la rutina de los últimos años y te ocupan las tardes antes baldías; dejas volar a los hijos porque es lo que tu hiciste y no te escandalizas, sigues deseando vivir la vida con toda la intensidad de que eres capaz, te dices que ya estás casi en la segunda fila, junto al hoyo, y ello te da el ánimo para apurar los sorbos que te quedan, las chorradas te dejan impávida y te vuelves descarada a la vez que pierdes la vergüenza en situaciones que antes te hacían enrojecer; los amigos se vuelven más importantes y más presentes en tu vida....y eso que aún no tenemos el síndrome del nido vacío...a mí me quedan unos cuantos años pero ya les contaré como lo siento entonces.
Estamos en los cincuenta, una edad que nunca pensé que pudiera ser renovadora.
Los Cincuenta
Y lo es. No se dejen llevar por las apariencias.
De pequeña me hacía cruces pensando en lo vieja que sería en 2000 ¡cuarenta años Dios mío! ¡seré una anciana! y ahora que lo veo con perspectiva observo que si bien no era una xiqueta si que me faltaba un poco de maduración en bodega. Ahora que soy añeja se que es el vino más apreciado....pues eso.
¡A vivir que son dos días y uno nos lo pasamos durmiendo!