Observando, supongo que alguna vez ejercitando, y -a veces- soportando, he llegado a la conclusión de que existen trece costumbres muy extendidas entre la población -a la hora de manejar las relaciones personales- perfectamente evitables y sin cuya práctica a todos nos iría mucho mejor.
De modo que ahí queda eso:
1.- Preguntar a los padres de dos o más niños (o de dos o más niñas), si van a ir por el “contrario”. No es recomendable buscar un hijo por el deseo de “variar”. Un niño (o una niña) es mucho más que un capricho.
2.- Comparar. No hay comparación acertada; ya sea entre hermanos, padres e hijos, madres e hijas, culturas, costumbres, banderas, himnos, patrias, físicos, aptitudes, gustos, aficiones, etc., etc., etc. Siempre sobran porque siempre alguien resultará herido.
3.- Generalizar tu costumbre sobre la de los demás. Si yo no leo… nadie lee. Si yo no voy al fútbol… nadie va al fútbol. Si yo no pienso o actúo de cierta forma… es que ya nadie lo hace. Tú eres sólo tú: no pretendas que todos lo seamos también.
4.- Hablar por el otro. Generalmente, es una comparación extendida y despectiva, que no suele gustar al “incluido” de turno. Habla por ti, y deja a tu prójimo que él diga su parte.
5.- Ser un mal anfitrión. Sentirse incómodo e indeseado en casa ajena es una de las peores experiencias sociales a vivir. Es preferible dejar la hipocresía a un lado y no invitar a la persona non grata. Y si te has sentido violentado o ninguneado alguna vez… ¡no repitas! ¿Para qué…?
6.- Recordar el favor. Lo que haga tu mano derecha, que no se entere la izquierda, podría argumentarse aquí. Publicarlo -además- en una red social, ya supone el colmo del auto-medallismo e infantilismo.
7.- Desagradecer un regalo. Hay quien no se corta a la hora de mostrar su desagrado ante un obsequio. Recuerda que regalar no es obligación de nadie, y que, al menos, tuvo que pensar en ti y gastar su tiempo y su dinero. Aprecia el gesto y no cambies el artículo por sistema.
8.- Hacer sentir mal a los demás, para (intentar) situarte al mismo nivel. Frases del tipo “estás más gordo”, “ya estás mayor para eso”, ”qué bien te conservas”, ”estás muy bien para tu edad…”, o cualquier otra que te haga fruncir el ceño, tienen bien poca gracia y aún menos delicadeza. Y además no harán mejor al que las pronuncia.
9.- No releer nuestras palabras. Es conveniente, antes de enviar un mensaje o comentario, repasar lo escrito y decírtelo a ti mismo en voz alta. Si chirría por algún lado, borra y vuelve a intentarlo. Lo escrito tarda más en olvidarse… si es que se olvida.
10.- Hablar de dinero, o de precios. Salvo que seas el tendero, estará de más comentar al invitado (o compañero de mesa) el importe de esas gambas (verbigracia) o de ese vino tan selecto, hasta el punto de hacerle temer el derrame de una gota en el mantel, o el dejarse atrás la cabeza del marisco… por mucho plomo que contenga. La elegancia no sabe de monedas y sí de sencillez.
11.- Odiar en voz alta. Expresarnos con la palabra “odio” en primer término, incita a la violencia y crea mal ambiente. Si además “odiamos” algo que nuestro amigo “ama”, habremos quedado a la altura del betún, y más tarde nos preguntaremos por qué Fulanito o Menganita ya no nos habla… Hay que odiar menos y empatizar más.
12.- Aparentar. Nada provoca más lástima social en los demás, que ver a una persona intentando parecer lo que no es. Su lucha resulta extenuante, tanto para ella, como para el resto. Además de inútil, claro.
13.- Burlarse. Las bromas que consisten en burlar y ridiculizar a los otros, denotan la mala baba gastada por el timador en cuestión. A veces, éste esconde un sentimiento de envidia o infelicidad mal disimulado, que puede desconocer incluso él mismo. Si la mofa es pública -por nimia que sea- el asunto es de psiquiatra y diván.
¿Se os ocurre alguna más…?