Revista Literatura

Tregua pulmonar

Publicado el 15 febrero 2013 por B
Puedes reírte todo lo que quieras de San Valentín, de hecho puedes reírte de todo lo que quieras (artículo 24 de la Constitución) pero lo cierto es que hay más gente besándose en las calles que cualquier otro día, aunque yo me pensaría más de dos veces eso de representar el amor con la historia de un cura cobrando tasas de matrimonio a escondidas, o pajaritos diciendo pío pío mientras se lo montan en una rama. Lo de celebrar las cosas en público no deja de ser una llamada de atención un poco hortera, y yo prefiero que nadie se de cuenta de nada, como cuando al despedirte en la esquina de siempre te pegas más de la cuenta en el abrazo y abres un poco las piernas para que él se acomode y encuentre su hueco. No hablar, respirar más profundo de lo habitual, que duelan los pulmones y la garganta se seque. Que la mano apoye donde termina el vestido y agarrar fuerte del culo, para luego acariciar toda su superficie y volver a llenarse la mano con su consistencia. Y así la gente pasa y  no sé de cuenta de nada porque es de noche y sólo es un abrazo, por mucho que las caderas estén acopladas. La humedad de dentro sale,  resbala y mancha, claro que mancha. La satisfacción de que la costumbre (o nosotros, vosotros y ellos) no tiene que ver con los curas, los santos, el matrimonio y unos pajaritos feos diciendo pío pío.
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El amor no tiene nada que ver con el corazón, ese órgano repugnante, especie de bomba empapada en sangre. El amor ataca primero a los pulmones. No deberíamos decir “tengo el corazón roto”, sino “tengo los pulmones asfixiados”. Los pulmones son los órganos más románticos: todos los amantes contraen tuberculosis; no es casual que Chéjov, Kafka, D. H. Lawrence, Frédéric Chopin, George Orwell y Santa Teresa de Lisieux murieran de esa enfermedad; en cuanto a Camus, Moravia, Boudard, Marie Bashkirtseff y Katherine Mansfield, ¿habrían escrito los mismos libros sin esa infección? Además, que se sepa, la Dama de Camelias no murió de infarto de miocardio; semejante castigo está reservado a los trepas con estrés, no a los sentimentales sin remedio. 

Todo el mundo tiene una pena de amor que dormita en el fondo de sí mismo. Todo corazón que no está roto no es un corazón. Los pulmones esperan a la tuberculosis para sentir que existen. [...] Me encantaba mirarte mientras dormías, incluso cuando fingías hacerlo, cuando regresaba tarde a casa, borracho, contaba tus pestañas, a veces me parecía que me sonreías. Un hombre enamorado es alguien a quien le gusta mirar a su mujer mientras duerme, y, de vez en cuando, mirarla mientras goza. [...] ¿Puedes oírme a miles de kilómetros de distancia, como en los anuncios de operadores de telefonía? ¿Por qué hace falta que la gente se haya marchado para que uno se de cuenta de que la quiere? ¿Acaso no te das cuenta de que lo único que yo te pedía era que me hicieras sufrir un poquito, como al principio, de una tregua pulmonar?


13,99 euros, Frédéric Beigbeder.
Anagrama, 2003

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