Revista Talentos

Tren

Publicado el 22 diciembre 2014 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro

Tren


TrenA veces el pasar tanto tiempo fuera de mi casa me hace perder la relación espacio tiempo, subido en un tren que no se bien donde está, aunque se que lo debía tomar por algo. Creo que iba para Realicó, me acompañaba mi mochila llena de máquinas de afeitar, pastillas y libros, iba con las piernas tapadas con un poncho, buscando evitar el frío que se colaba por las hendijas. El tren venía lento, las ventanas se movían al ritmo de los rieles deformes, las luces eran inexistentes, descarté tanto  leer como atacar el sanguche de Milanesa, con el que, creo, venía soñando. Sólo quedaba pensar y mirar por la ventana, idea poco estimulante en Argentina donde abundan los campos, los sembrados y las vacas de otros, cada tanto uno se cruza un ranchito, un molino o un silo. Recuerdo que cuando niño me emocionaba mucho ver tanto verde, mi padre conocía todos los pueblos del interior de la provincia de Buenos Aires, conocía las tranqueras, las estancias, los secretos, la magia. Él era chofer de un tipo importante, creo que diputado, no importa. Recuerdo que me hablaba de malones y de batallas, la emoción me la sacó el Buenos Aires urbano de Arlt y no la pude recuperar. El sueño iba apareciendo, ya me imaginaba el mate mañanero en la terminal esperando al gerente del banco cuando un tipo con barba larga, estereotipo de linyera,se me sentó al lado.
-¿Molesto?
- Definitivamente. (Contesté)
No sólo me molestaba la interrupción de mi vigilia sino que su olor a paté de Fúa y cigarro armado me provocaba arcadas. En estos trenes uno no termina de acostumbrarse a semejantes hedores, siempre hay lugar para algo nuevo.
- Mi nombre es Asdrúbal, quisiera proponerle un negocio, ahora que nadie nos vé (sonrió)
- Vea, necesito descansar, si no le molesta, podemos hablar mañana por la mañana.Ahí hasta le invito un amargo.
Amague a dormirme pero el andrajoso persistió.
-No hay mucho tiempo, creame que si pudiera elegir el momento, lo haría. Sólo le tomará unos minutos.
- Hable.
- Vengo a comprarle su destino, ¿cuanto pide?
-¿Como dice? Aléjese por favor, No quiero problemas.
- Por eso mismo quiero su destino, en especial a Aldana, a la casona de Chivilcoy, los dos pibes, lo quiero todo. No me dé vueltas, le ofrezco $2000.
Me pellizqué para descartar estar en un sueño, debí saber que era bien real, ese olor era inimaginable. Lo corrí para el lado que disparaba.
-Acepto, ¿Donde firmo? (dije con sorna)
El mugriento me dió un papelito arrugado donde tuve que firmar y poner mis iniciales tres veces. Me dió una copia. Con una sonrisa que revelaba su poco afecto a la odontología, me entregó el dinero y se fue arrastrando el pie izquierdo y su olor hacia la locomotora.
La turbación de su aparición impidió que pudiera conciliar el sueño. Aproveché las primeras luces del alba para ir por el sanguche de milanesa, una vez terminado me fui al estribo a fumar un pucho. Me gustaba ver el arribo a los pueblos y ciudades desde el estribo, me generaba cierto romanticismo. LLegado a la terminal, me afeité como pude y tomé mate hasta que llegara el gerente de la sucursal del banco a buscarme, confiaba en terminar rápidamente la reunión para poder volver en el tren nocturno. El tipo apareció trajeado y con dos fotógrafos, para un gerente de una sucursal pequeña la llegada de un enviado de la central es un gran evento. Le toqué el hombro y al darse vuelta me soltó:
- No quiero nada, estoy esperando a alguien.
-Yo soy ese alguien
- Creame que conozco muy bien al Doctor Márquez (sacó pecho delante de los periodistas). Mandese a mudar de acá. Aquí viene.
Un policía me arrastró hacia afuera de la estación. Sólo pude ver al otrora andrajoso llegar con una mujer de rulos. El tipo iba trajeado cargando a un niño pecoso, una chiquita con vestido cuadrille correteaba alrededor de la pareja. Escuché el gerente engominado gritar con ademanes grasientos:
- Dr Marquez, ha venido con la familia. Veinte años sin verlo, venga acompañeme a la sucursal que tengo los amargos que ceba tan bien usted.
Busqué el papel y los 2000 pesos mientras el cana me daba garrotazos, yo gritaba “farsante hijo de puta”. Busqué, miré en el piso, pero ya no tenía nada en los bolsillos. Entendí todo, esbocé una sonrisa y empecé a caminar. Salí del pueblo a campo traviesa, tenía la oportunidad de forjarme un nuevo destino o juntar algo de plata y comprar otro en el tren, mi viejo tenía razón sobre la magia del campo.

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