Cochabamba: lo que queda del ferrocarril hacia Oruro
A tres cuadras de casa pasa la línea del ferrocarril. Como si no existiera. Sabía que estaba ahí abajo pero nunca se me ocurrió darle una visita, ¿para qué? En las dos décadas que vivo de forma continua en esta ciudad jamás oí su pitido característico ni sus pesados ruidos rompiendo la monotonía del vecindario. No pasan ni trenes fantasmas. Los fierros yacen en el silencio más absoluto.
Sé que hace muchísimos años hacían el trayecto hacia Oruro, nudo ferroviario del país, donde por fin pude ver algunas locomotoras en movimiento arrastrando viejos vagones entre calles céntricas. De chico, intuía que un tren era la mejor metáfora del progreso. Recuerdo que allá por el siglo 19, el presidente Aniceto Arce puso toda su fortuna para vincular centros mineros, ante la férrea oposición de políticos de la época. Al terminar un tramo muy dificultoso y ansiado, arruinado pero satisfecho habría dicho: “ahora podéis matarme, he cumplido mi misión”.
Hoy la sensación es inversa. Las locomotoras despintadas, la lentitud y pesadez de su desplazamiento, las estaciones descuidadas, los coches vagones desgastados, el mismo estado casi ruinoso de las vías simbolizan la evidente decadencia de este medio de transporte. En todo el país sólo operan comercialmente dos tramos principales: Santa Cruz –Puerto Suarez-Corumbá en el brazo oriental y Oruro-Potosí-Villazón-La Quiaca en el occidente sur. Hace poco vi por televisión un pintoresco ferrobús (micro transformado en un taller de El Alto) recorriendo el trayecto Viacha-Charaña hacia la frontera con Chile, que desde el tratado de paz de 1904 apenas ha operado por el descuido de nuestros gobiernos y la natural indiferencia chilena. Se ve muy señorial la estación de Arica, inaugurada para nuestros trenes, consumiéndose lentamente a merced de los elementos.
En Cochabamba, la otrora coqueta estación central ha quedado atrapada entre mercados y mercaderes ansiosos de repartirse sus predios. Si no fuera por sus muros todo habría sido fagocitado. Aun así, los comerciantes no pierden la esperanza de invadirla algún día. Entretanto, los proyectos de reflotar el ferrocarril suman por montones: la última propuesta fue hace tres años cuando el ilustre senado plurinacional se vino a sesionar hasta la misma Llajta y luego de sesudas reflexiones resolvió otorgar sus acostumbrados “regalos” al departamento, uno de ellos era “Declarar prioridad nacional el diseño, construcción e implementación del Sistema Integrado de Transporte Ferroviario Masivo en el departamento de Cochabamba”. De documentos solemnes están llenos los estantes, envejeciendo para convertirse en incunables pergaminos. Hasta la fecha no hemos visto ni un metro de tierra removida. Se sigue hablando de un tren metropolitano, con ramificaciones a los municipios del Valle Alto. Algún candidato que se habrá tomado un Redbullen vez de chicha, ha ido más allá: descubrió que la ciudad necesita urgentemente un tren subterráneo.
Mientras esperamos que se pongan los primeros clavos del flamante tren a ninguna parte, los cochalas, abúlicos contemplamos cómo van desapareciendo los rieles antiguos en algunos trechos. La voracidad de las fundiciones alimenta el oportunismo de los mismos pobladores que saquean las pesadas traviesas. Aquellos tramos donde discurrían en medio de añosos eucaliptos, molles y sauces a la vera del rio, en ruta al poblado de Arque, ya son solo postales de una época que no vimos las nuevas generaciones. Pequeñas estacionesafectadas por la herrumbre, junto a villorrios miserables en la trepada al altiplano, evocan poblados semiabandonados del viejo Oeste. Desolación con cierto encanto.
En contrapartida, los paceños todavía embriagados con sus recién estrenados “trenes al cielo” (teleféricos) que el caudillo más magnánimo de la Tierra les ha obsequiado, ahora sueñan con rutilantes “trenes bala” (sic) que su gobernador les ha prometido -con animaciones digitales incluidas- para los siguientes años. Sabe dios de dónde conseguirán los milloncitos para vincular de norte a sur (para potenciar las virtudes agrícolas de las poblaciones intermedias, se ha dicho) un territorio que es la mitad de Alemania. Tampoco han explicado cómo harán para salvar los profundos cañones, ríos y desfiladeros que caracterizan a la zona montañosa de Los Yungas, que a modo de ejemplo, únicamente para construir un tramo carretero de menos de 50 kilómetros estuvieron más de una década construyendo túneles, puentes y otras plataformas de complicada ingeniería con una carísima inversión que puso en peligro todo el proyecto. ¿Será que porque los trenes bala casi no tocan las vías, no importa, irán entre las nubes? Como sea, ya me imagino a muchos futuros viajeros, contemplando el imponente Illimani a la manera de los nipones y su Shinkanzen bordeando la serena belleza del monte Fuji. Ya se sabe, todos los sueños son en grande en este país de bonsái.