Tres años son ya unos cuantos. Tres años, dos casas y una mudanza que me hacen pensar en la cantidad de recuerdos (buenos y malos) que hemos ido acumulando.
Ahora me pregunto cómo éramos capaces de dormir la siesta tumbadas en el sofá que había en nuestro primer piso, cuando apenas cabíamos sentadas; me asombro ante el hecho de que mis padres decidieran dejarnos una tele pequeña, teniendo en cuenta que, por lo demás, procuraban boicotear milimétricamente nuestra relación; y no puedo evitar reírme cuando recuerdo cómo compramos nuestras sábanas aprovechando un dos por uno del hipermercado, y cómo a los pocos meses tuvimos que pasarles el quitabolas (el momento quitabolas se ha convertido ya en una tradición familiar) porque temíamos que se convirtieran en una pelota gigante que nos engullera cualquier noche.
Hoy tenemos dos sofás, aunque seguimos prefiriendo dormir la siesta juntas; nos compramos una tele a los pocos meses y mis padres, ante la evidencia de que resultaba inútil, han ido dejando de boicotear nuestra relación; y todavía utilizamos las mismas sábanas: sorprendentemente, además, nunca hemos tenido que volver a pasarles el quitabolas.
Mi deseo es seguir acumulando recuerdos como estos, buenos y malos, que consigan volver a arrancarnos una sonrisa dentro de muchos, muchos años.
Encantada.