Casi todo en esta vida es un hotel. Un hotel por el que pagaste y ya no está. Sólo un letrero en blanco en el que pone "en venta". Luego, nada más. Probablemente un hombre contando el dinero 1000 kilómetros más al sur. O tres hombres sentados alrededor de una mesa en la que dos tipos con bigote dicen "paso". Y de sus bocas salen ruidosas carcajadas, humo blanco y sueños truncados. Desde aquel hotel puedes oírlos. Con eco. Una y otra vez. Todos los hombres que te traicionaron riéndose de ti.
Cuestión de una semana. Hace dos, sentado alrededor de una mesa parecida a la suya, un hombre te contó tres chistes. Chistes por medio de los cuales podías obtener carcajadas mucho más ruidosas que las de aquellos tipos. Una felicidad de sobremesa, chocolate y huevos fritos. Esa que sólo depende de ti. De la que nadie puede arrebatarte. No se compra, ni se pesa. Al final un hotel es un hotel. El resto lo hacemos nosotros.
Imagen: Guillermo Rivas