Revista Talentos

tres koi

Publicado el 22 julio 2013 por Frankh @frankh_art
me dice: - si uno las líneas del camino de mi familia aparece un corazón.
yo me siento al lado de la tina mientras ella está en el agua.
nos gustaría compartirla, pero esto no es “Pretty Woman” – la tina es pequeña. nos metemos en agua fría por turnos. yo, galante, le dejo siempre entrar primero.
esto no es hoy. esto fue hace años atrás. pero me gusta contarlo en presente.
un pintor me dice: - en Jerusalén hay tanta luz que es muy difícil pintar o fotografiar.
lo escucho y por años no se si me habla de arte o la frase tiene un ángulo espiritual. pero es cierto, es una luz blanca y absoluta, la acompaña un calor seco, quieto, que penetra en los pulmones y levanta palacios y ciudades y después las amuralla – como para quedarse mucho tiempo.
así son las cosas y un simple humano en bicicleta no puede hacer mucho: la luz es demasiada, el calor manda y por estas tierras hay que amurallar las ciudades para poder vivir.
llegando a casa nos sacamos la ropa y nos metemos en el agua fría: – gracias a Dios el Uno y el Único – como diría un anciano religioso bajo el talít - a Dios, Rey del Mundo, por el agua fría, por el agua, que es la creación más divina que ha creado.
no hay mucha religión aquí. nosotros agradecemos directamente al agua. nos metemos con respeto ritual y nos quedamos allì - abrazo amniótico, placenta de loza blanca.
es una casa que fue grande. los dueños, últimos frutos de una familia de sefarditas, la descuartizó en casitas independientes y las puso en arriendo.
tomamos una pequeña - un dormitorio, salón-comedor-cocina y baño. pero tenemos de un patio con olivos, enmalezado y con una tierra dura como roca.
bajo un árbol ponemos una mesa y dos sillas. bajo otro árbol hay una pileta seca – la cuenca de un ojo que ha visto demasiado.
un día traigo un motorcito bomba y tubos de plástico. los instalo y lleno la pileta. un chorro de agua sale ahora de la boca de una rana de yeso y cae en la superficie. días después agrego tres peces – tres koi de colores vulgares.
poco a poco, alrededor de la poza bajo el olivo, comienzan a crecer yerbas y flores, aparecen los pájaros y una madrugada, al desayuno, vemos dos caracoles subir por el costado de la pileta.
la tina llena con agua helada. se para frente al espejo. se peina hacia atrás con un cepillo duro. se lava los dientes, hace gárgaras y enjuaga varias veces. la miro desde la tina.
a veces se revisa los pechos. lo hace a pesar de que le digo que aún es joven para preocuparse por eso. no me contesta.
tiene la piel blanca, pero con un pigmento oliva que quizás sea la prueba más certera del corazón que se forma cuando junta los puntos de la historia de su familia.
un día de otoño los tres peces salen calladamente de la pileta, se montan muy apretados en mi bicicleta y se van pedaleando calle abajo. posiblemente montaña abajo, hasta llegar al mar. no se.
los vemos irse y nos quedamos en silencio. contentos hasta cierto punto, porque entendemos, por fin, un mensaje escrito en milenarios códigos secretos.
se acuesta de espaldas en el suelo y se levanta la falda. yo me quito la camiseta y me levanto a cumplir mis labores como un hombre.
espero - mientras adiestro nuevos destacamentos de espermios - que en alguna poza del Oriente, a la sombra de unos almendros en flor, tres kois vulgares nos recuerden con cariño.

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