Revista Literatura

Tres soledades

Publicado el 27 octubre 2011 por Netomancia @netomancia
El sonido del tránsito siempre es caótico a media mañana. A las ventanas del octavo piso llega envuelto con el viento, en un monótono sinfín de bocinas y chirridos de gomas.
Alisa ronronea sobre el mullido sofá, jugando con un pantalón de algodón que su dueña ha dejado abandonado la noche anterior. Ella, su dueña, está concentrada sobre su mesa de dibujo, observando las líneas de aquel plano que la tiene perturbada desde hace varios días.
De vez en cuando desaparece de la habitación, para volver a los pocos minutos con una taza en la mano. Otras veces se cambia de ropa y sale hacia el pasillo. Cuando eso sucede, su regreso puede demorar horas.
En soledad, Alisa recorre el departamento buscando con qué distraerse. Es cuidadosa y resulta muy difícil que hiciese algún daño, no obstante, si ocurre algún accidente, como la vez que derramó la azucarera sobre la mesada de la cocina, la dueña no lo notaría y hasta quizá, se preguntase en que momento se le había volcado aquello.
Es que la dueña vive muy acelerada. Dibujando sus planos, corrigiéndolos, hablando por teléfono con otra gente, rezongando, comiendo a las apuradas y sin sentarse a la mesa y muchas veces, incluso olvidándose de alimentar a Alisa. Va y viene varias veces en el día. Por momentos todo parece detenerse, que son los momentos en los que se concentra sobre los papeles, pero luego el movimiento sigue su rutina.
Sólo la penumbra del anochecer trae calma, cuando el cansancio la vence y la obliga a arrojarse sobre la cama. Pero su sueño es inquieto y no son pocas las noches en las que se despierta y ya no puede volver a cerrar los ojos. Entonces, regresa a su mesa de trabajo y perpetua la esclavitud con su deber, mientras Alisa acaricia sus piernas o se enrosca en alguna prenda arrojada al azar sobre el piso de parquet.
Y que sucede conmigo en aquel octavo piso, se preguntarán extrañados. Nada, solo contemplo, escucho y dejo pasar el tiempo, que es mi riqueza. De vez en cuando Alisa se me queda mirando, pero ni siquiera me maulla. Aunque debo confesar que tampoco lo hace con los demás fantasmas que conviven en esta existencia, por lo que no me hago problemas y me permito seguir observando a esos seres tan vivos y solitarios.

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