Versión 1 (En la frontera):
A principios del siglo XX Bermejo no figuraba en ningún mapa. Pertenecía, es cierto, a una nebulosa región del país que inspiraba esperanza en todos aquellos que no podían figurarse el destino en regiones más “civilizadas”. Estos hombres generalmente llegaban a pisar su suelo sin más equipaje que el vulgar valor y perdían rápidamente el recuerdo del pedazo de papel que definía la patria. Simplemente, se acostumbraban a luchar solitariamente para sostener diariamente su vida en la frontera.
Versión 2 (Antiguo pacto):
Yo, nietos míos, la conocí. No es necesario que insistan, les contare nuevamente esta noche los desvaríos en que queda entrampada irremediablemente el alma humana cuando nace a la conciencia sin más hogar que la curiosidad liberada. Bea era hija de bandoleros, yo servía a su familia desde hacía años. De mi propia familia no quedaban más que recuerdos así como de mi dialecto tribal. Vi con desconfianza como el tío de la joven se atrevió a adentrarse repetidas ocasiones en la ciudad para obtener los libros que la alimentaban. A ella no le habían bastado las estampas religiosas ni las otras infantiles historias propias de los blancos. Tampoco las hazañas que cantaban los suyos, los relatos de los robos a las caravanas de los muleros pronto la aburrieron. A esa mente exigente pude yo entretenerla durante un tiempo enseñándole las leyes del monte, el respeto a los poderes que habitan sus plantas y animales y quizás allí haya gestado la extravagancia que maduró en su espíritu díscolo. Sacando balance de la vida de su gente, de los amplios horizontes de la inteligencia humana y del infinito monte que la rodeaba, se obsesiono por la idea de la libertad y deseó obtener para si ese bien, escaso sobre todo para las mujeres. Fiel al oficio familiar decidió robarla como lo hubiese hecho con cualquier otra mercancía. Así es que, y sepan que su abuela no les miente, decidió engañar al diablo. Pedirle a cambio de su alma la libertad. Pacto imposible ya que estaba reclamando el uso de lo que sacrificaba. Las lecturas la habían vuelto audaz y, segura del buen resultado de su estafa perfecta, diseño el contrato. Escribió con su propia sangre en un imaginario papel y así fue rápidamente languideciendo enferma de una hemorragia que la durmió primero y la depositó más tarde en una tumba del cementerio del perdido campamento en el cerro que hoy conocemos como pueblo de Bermejo. Bea, niños míos acabo caminando a través de los senderos del infierno sin ser consciente de ello. Su privilegio consistió en que para ella todo se trató de un sueño, definitivo, eterno, pero solo un sueño. Nietos, respóndanme o al menos pregúntense a ustedes mismos: ¿Es que acaso hay más libertad que la muerte? ¿Dónde más podría una mujer obtener el libre disfrute de su espíritu? Es en el largo sueño donde abre las alas el alma de los hombres y más aún, la libertad es el único bien de las sombras sin conciencia ni memoria que pueblan la noche más larga.El diablo es, en esencia, justo, niños. Ya lo verán conforme crezcan y sufran, el dolor en el mundo ingreso con su justicia y la ley de los hombres es solo una imperfecta pantomima o un eco constante de las determinaciones del travieso. Ahora, ya es tarde y debieran ustedes también descansar y soñar nuestras tierras y nuestra libertad.
Versión 3 (La mujer perdida):
Existe una leyenda que cobra peso sólidamente conforme pasan los años y es básicamente una nueva versión del mito de las sirenas que perdían a los navegantes hace siglos. Hay una mujer sin nombre ni pasado, algunos la nombran con el nombre de algún pájaro; pero en otras versiones se la relaciona por su rostro o por alguna otra razón, como puede ser una aparición, con un ave. Este es el punto que la emparenta -creo- con las sirenas, al menos en la versión griega del mito. Esta mujer es una prostituta ya no muy joven, intemporal como un tótem, que se vende a sí misma en las rutas, los conductores la llevan consigo y, luego de tener sexo ella pide que le den un recuerdo como pago. Les explica con ojos inocentes contrastando en su rostro de antigua piedra que no tiene recuerdos, no sabe su nombre, tampoco tiene idea de cómo llego allí ni desde cuando vaga por las rutas, no cree tener ya hogar en ningún lugar por pequeño u olvidado que sea. Intenta, oyendo alguna historia -no importa si se trata de una anécdota, sueño o cuento escuchado alguna vez por sus casuales hombres- llenar su espíritu con recuerdos como quien siembra un páramo. La mujer recibe la historia en silencio mientras los hombres ven conforme narran como su rostro se llena de emociones y sentimientos como si volviese a dibujarse desde la nada. Ella agradece luego y se despide. Los hombres que replicaron por una noche el viejo rol de Scherezada sienten también su alma llenarse de una cálida sensación que después definen como libertad, amplios horizontes se abren en su interior luego de alimentar con sus recuerdos a esta mujer-ave que desaparece en los caminos solitarios orientándose absurdamente en la nada. Ella es una personificación de la libertad. Carece de recuerdos y en eso consiste su desolada libertad de náufrago. Reconstruye su mente como quien forma una biblioteca coleccionando las ficciones de autores accidentales que disfrutan gracias a ella de la chispa de la creación y quizás se contagian un poco de su libertad. Nadie podría decir desde hace cuánto vaga o si alguna vez hallara su hogar al bajar de un camión en algún pueblo remoto. Yo he decidido -aun tomando en cuenta la posibilidad de que este mito y yo al narrarlo seamos solo un episodio del largo sueño o pesadilla final de aquella niña que decidió engañar al diablo- culminar mi afán documentador saliendo a buscarla a través de rutas y caminos para perderme también y merecer así hallarla algún día y recibir el premio casual de encontrarme liberado en el pozo laberintico de sus oídos infinitos.