
Foto: Susana Molina - Dulzura
No es el dar sin esperar nada a cambio, sino todo lo contrario, actuar para obtener aquello, más allá del dinero, que nos dé una razón para seguir. En este sentido, incluso, ser egoístas, egoístas para la satisfacción personal. Actuar porque creemos que es lo que tenemos que hacer. Actuar porque sabemos que tendremos una recompensa personal. Actuar porque nuestras acciones repercutirán de forma positiva en terceros y quién sabe si en cuartos y quintos. Actuar porque sabes que un día alguien actuará de la misma forma contigo, o en base a los mismos criterios.Y no, el alquiler no se paga a base de recompensas personales. En el supermercado no se puede pagar en caja con buenas intenciones. Un empleado no trabaja a cambio de que le ingresen sonrisas en la cuenta bancaria. Pero ese es el problema, que hay cosas que no cuestan (ni deben costar) dinero, y son aquellas que no somos capaces de ver. Aquellas que ignoramos y nos dejan de parecer importantes.Hay intercambios en los que no debe intervenir un valor pecuniario, sino algo mucho menos terrenal, pero quizá más fácil de conseguir. Las mayores satisfacciones las pueden dar esos pequeños gestos que no tienen intención de sacar la cartera para llevarse a cabo. El fallo en el que nos vemos inmersos es pensar que podríamos comprar una conversación, una sonrisa, el reconocimiento, una mirada, cuando todas estas cosas se consiguen en un intercambio, dentro de esos trueques altruistas, que el dinero nos veló para no ver. El fallo está en pensar que no necesitamos esos gestos, esas sonrisas, esos reconocimientos, esas miradas, como recompensa a nuestro devenir, como moneda de cambio, dentro de los trueques para el desarrollo de nuestra satisfacción personal.
