El agua estaba
cristalina, como el mar de Bahía Inglesa, dicen, o Isla Dama, digo, aguas
claras y quietas. Entramos con confianza, la idea era nadar. Era disfrutar de
ese momento sin ningún temor. Yo no lo tenía y no importaba si sabía nadar o
no. Podía sentir la arena que se deslizaba por mis pies, lentamente, iba
sintiendo cuando el lugar era más arena que mar y no sabía por qué de pronto
todo se había recogido. No eran buenas noticias, todo lo que se va, tiene que
volver.
El mar, era una especie
de piscina cercada y como así lo era, me fui hacia las rejas de contención para
estar preparada; el mar se había recogido y con fuerza venía de vuelta y no solo
él, con todo lo que encontró a su paso. Era una imagen que nadie quería
recordar, que nadie quería vivir, pero ya estaba, el mar ya no era mar sino una
piscina de autos, escombros, gente y barro del pueblo donde yo estaba.
Cuando salí de la piscina
para constatar con mis propios ojos cual era la realidad, me percaté que estaba
sola. No había hermano, mamá, papá, amantes, ni nada. Había tres conocidos, a
los cuales no quería en ese momento. Me quebré al contarles mi realidad; no
tengo a mi madre, no tengo ropa y no tengo nada que comer. La verdad, es que no
sé por qué lloré con ellos, si bien mi realidad me perturbaba, no eran razones
para dejar de buscar mi lugar, ni razones para llorar. No tenía pena, sabía o creía,
que en algún momento todo lo volvería a encontrar.
Me fui caminando por Concha
y Toro, entre el barro, escombros y casas derrumbadas. No había autos ni buses,
no había nada, pero sí de camino me encontré con una feria, al parecer, con una
feria de restos de cosas que ya nadie quería tener. Allí fue donde encontré un
reloj de colo colo y aunque no tenía por qué, lo compré para regalárselo. Ni siquiera
tenía que verlo, pero algo decía, que lo iba a ver. Era para él.
Cuando me fui, me acompañó
un hombre, mal vestido, mal oliente y en realidad todo lo malo que se pueda
pensar, su aspecto provocaba bastante miedo, pero no me asustaba, lo que no
lograba entender, es por qué me seguía. De camino, me daba cuenta del daño que
había provocado en la ciudad semejante evento, así también lo lejos que estaba
de casa, hasta creo que me rendí y en alguna parte, me dieron una habitación
provisoria. Estaba bien, sentía que estaba recuperando mis enseres de a poco.
Como tenía que ser.
Mi vecino de habitación
tenía agua, me acerqué y le mencioné en la situación en la que me encontraba;
no tengo agua, no tengo ropa, no tengo comida… él me llevo agua y me llevó de
vuelta cosas que me pertenecían, por ejemplo, un reloj de pulsera.
Cuando continué mi
camino, encontré por alguna parte a mi madre. Estaba feliz, ella era lo más
importante, si ella estaba lo demás no importaba y tenía que ser así, porque yo
era la responsable de darle la fea noticia.
Nuestra casa ya no
existe, ni ella ni nada lo que había dentro. Ahora sí que no tenemos nada. Solo
somos tú y yo.