Tu corazón

Fue a mí a quién dejó abrir su pecho, a quién dejó curarle las heridas con las que tanto tiempo llevaba viviendo y que tan poco la habían dejado vivir. Conocí entonces que las heridas del pasado duelen más que las recientes. Lo abrí, despacio y con ternura, abrí esa caja torácica un tanto intransigente, luché contra la resistencia que ofrecía y al fin acabó agotada y me dejó mirar en lo más profundo de su alma. Allí, entre tantas excusas y mentiras con las que solo se engañaba ella, vi ese corazón tan débil, tan amoratado, con cortes, arañazos y hasta alguna pequeña puñalada. Fui yo quién le quiso curar las heridas, y fue a mí a quién le enseñó cómo podía curarlas, aunque nos hizo falta mucho tiempo. Cada vez que cosía una herida, limpiaba un arañazo o desinfectaba una puñalada, a veces se dejaba curar y otras veces la herida volvía a abrirse. Pero al final conseguí cerrar la mayoría de todas esas horribles heridas, y su corazón se empezó a ver rojo y no amoratado, y hasta el rostro se le afinó y volvió el brillo a sus ojos y el rubor a sus mejillas. Yo la ayudé a curarlo, aunque fue a ella a quién le dolía cuando las cerrábamos. Ella es valiente. Hace falta mucho tiempo para curar un corazón herido, pero sobre todo hace falta alguien que quiera curarlo.

A ti, que has dedicado todo tu tiempo y esfuerzo a curarme el corazón.