Ni siquiera esa canción, susurrada, acunada, sudada, Impidió que sus deseos de destruir los muebles, las cartas y su cuerpo Amainaran y se desvanecieran en la oscuridad de la noche. Se dispuso a hacerlo todo pedazos, a no dejar nada vivo, nada puro y limpio.Excepto su corazón, que le decía que no merecía a alguien con una voz tan angelical,Dulce sueño, inocencia que atravesaba sus sienes,La deseaba y la poseía como un animal salvaje,Pero su desequilibrio le impedía amarla,Porque él jamás se perdonaría ser feliz.Por eso cuando ella dormía,El dibujaba tormentas sobre el cabecero, el cielo.El café amargo como su vida le consolaba,Cuantas veces deseo morir ahogado en esa bañeraDonde ella jugaba con las burbujas de los colores pastel.Una noche ella decidió cantarle la última canciónMientras vio cómo su mandíbula se desencajaba,Su garganta se congelabaY su voz afligida como el llanto de un niño,Predecía sin remedio, la muerte de su alma.