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Tú y yo, y Bertolucci.

Publicado el 05 agosto 2013 por Jesusteatrero @jesusteatrero

“Dimmi ragazzo solo dove vai
Perche' tanto dolore?
Hai perduto senza dubbio un grande amore
Ma di amori e' tutta piena la citta” 
Ragazzo Solo, Ragazza Sola (David Bowie)
Tú y yo, y Bertolucci.
Tras casi una década apartado de la cámara debido a una enfermedad que le ata a una silla de ruedas, la pasada edición del Festival de Cannes recibió fuera de competición el último largometraje de Bernardo Bertolucci titulado Tu y yo, basado en la novela homónima de Niccolò Ammaniti.
Lorenzo, personaje con el que parece identificarse el director, es un chico de catorce años que en el colegio evita relacionarse con los demás, va oyendo música en sus cascos para no tener que hablar con nadie. Durante la semana blanca, en vez de ir a esquiar con sus compañeros, decide pasar esos días solo en el sótano de su propia casa. Con el dinero que le da su madre para pagar el viaje, compra todas las provisiones necesarias para instalarse en el sótano donde, de manera fortuita aparece su hermanastra Olivia, a la que él casi ni recuerda y con la que tendrá que compartir ese espacio lleno de cachivaches viejos que podría haber sido el perfecto cuarto de juegos de su infancia no compartida.
Lorenzo, poco a poco se va sintiendo muy cerca de Olivia, una veinteañera guapa y brillante con algunos problemas, entre ellos de drogadicción, que intenta solucionar a su manera. Olivia encuentra en Lorenzo comprensión y apoyo, sin ser juzgada. Es decir, ambos se liberan de las restricciones y deficiencias emocionales que les impone la familia desestructurada de la que provienen para entablar nada más y nada menos que una relación fraternal. Si bien, en el horizonte de expectativas del espectador está muy presente la posibilidad de una relación incestuosa durante buena parte de la cinta, el encuentro de estos dos seres que rozan la marginalidad, su instinto de asociación, el retrato del origen de su hermandad a través de esa intimidad que se ven obligados a compartir es lo más sobresaliente de la película y donde Bertolucci pone muy acertadamente la lupa.
Junto a Lorenzo y Olivia -papeles con los que, tanto Jacopo Olmo Antinori, como Tea Falco debutan de manera inmejorable en la pantalla grande-, el tercer protagonista de esta película es el sótano, lleno de desechos de vidas pasadas entre los que se encuentran también algunas pertenencias de Olivia. Es el espacio en que se desarrolla el grueso de la cinta y que le otorga una dimensión teatral, donde los planos cortos se suceden y la sensación de claustrofobia nos desasosiega; todo desde la absoluta sobriedad que requiere la historia. No obstante, y sin haber leído la novela, el hecho de que esta sobriedad formal tan necesaria para la historia, pueda cansar por momentos al espectador, hace sospechar que la adaptación de la novela presente algunas deficiencias relativas a la dosificación y tiempo en que se suministra la información.
La magnífica iluminación que presenta toda la cinta va transformando el sótano del espacio inhóspito en que Lorenzo se atiborra a refrescos en lata a un lugar más cálido y familiar donde, por fin, hay espacio para el juego. Para Lorenzo es una cueva en la que refugiarse, una pequeña jaula en la que con bebida, comida, su música y su ordenador poder dar vueltas y vueltas sin ir a ningún sitio, dar vueltas y vueltas a su soledad. Olivia se incorpora al espacio en el que está dispuesta a enfrentar la crisis de abstinencia a la heroína, situación ésta que el espectador ha visto en numerosas ocasiones en cine y televisión y le puede resultar poco interesante. Pero para Lorenzo, ser testigo de esas escenas, supone el inicio del aprendizaje que recibirá en su estancia en el sótano, esa jaula que se le empieza a resquebrajar y que se termina por hacer añicos en el momento clímax de la película: roban comida casera, beben cerveza, juegan a probarse la vieja ropa y los sombreros que hay en los armarios. Lorenzo ya no oye, sino escucha música: una preciosa versión italiana de la preciosa Space Oddity de David Bowie, que Olivia canturrea mientras bailan. Ese instante simboliza el cambio, el despertar experimentado por Lorenzo y que pone un final esperanzador para él a este inusual viaje que le ha regalado la vida. Intuimos que para Olivia, desgraciadamente, el trayecto no ha terminado.
En Tu y yo, Bernardo Bertolucci decide trabajar con lupa. Le interesa retratar la adolescencia en lo relativo al establecimiento de un vínculo fraternal y mostrar con una cámara a Lorenzo y Olivia en la misma jaula. Es posible que frente a obras de la magnitud de El último tango en París, Novecento o El último emperador, Tu y yo sea considerada para película menor, mínima e incluso mediocre dentro de la filmografía de su director; pero cualquier ser imperceptible, si se le sabe observar a través de una lupa, puede resultar interesante.
Artículo de Elena María Sánchez
Tú y yo, y Bertolucci.
Tú y yo, y Bertolucci.

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