Tus manos

Gratitud debo darle a tus caricias fervorosas,
aun así, el merecido reconocimiento forzoso,
es a la concesión de este regalo virtuoso.

El forjado envoltorio de seda que las viste,
tejido con escrúpulo y tesón por laboriosos ángeles,
hace que tenga lugar una multitud de sensaciones
cuando éstas van destapando cada realce de mi cuerpo.

Minúsculos pedacitos de estrellas caídos del cielo,
de los más hermosos luceros del inmenso firmamento,
le procuran el calor tan dulce y placentero que perpetua,
una confortable acogida mimosa en el seno de tus manos.

Son diamantes pulidos con la más bella forma hacedera
en la naturaleza, fantasía de un escultor, quimera de un escritor,
mi ensoñación realizada y palpable.

Son dulce de caramelo prohibido
con excitante chocolate denso y trufado,
cuando sus mimos son oscuros y depravados.
Son nubes blancas de algodón azucarado y fresas,
cuando el halago se ha moralizado.

Dos caras de una misma pecunia,
ambas perecederas por la carencia de la otra,
siendo la música sin fin que quiero,
el baile sin término en tus dedos,
los requiebros que no mueren al acabar el verano,
la sal inseparable amiga del mar y la arena,
la sangre que no abandona su curso a través de la venas.