Última diversión.
El octogenario pasó horas sentado en el banco del parque, desde poco antes de que los chorros de la fuente empezaran a brotar. Iban apareciendo grupos de personas dedicadas a sus cosas y no le prestaban mayor atención. Mientras, el viejo miraba fijamente los hilos de agua entrelazándose delante de él. Algo pasó y los hombres, mujeres y niños fueron quedando pasmados por lo que veían. El ancianose había despojado de toda la ropa y en ese momento estaba desnudo en posición como si fuera un velocista a punto de tomar la salida. No pasaron dos segundos cuando ya corría a la velocidad que le permitían sus achacosos huesos. En el borde de la fuente, dio un salto, capuzándose en su seno. La gran salpicada dejó empapados a la mayoría de espectadores cuyas caras estupefactas contrastaron con la gran alegría del viejo. Aprovechó en nadar todo lo que pudo en la escasa profundidad ya que tenía cronometrado el tiempo de diversión.
Torcuato González Toval.