Revista Talentos

Última vela

Publicado el 11 abril 2015 por Isabel Topham
Nunca supe expresar lo que realmente sentía y, ahora, soy incapaz de sentirme a mí misma de no saber cómo eras. No pude conocer lo qué sentiste por mí, aunque sólo fuera odio. Pero, tenía ganas de conocerlo para tener motivos de seguir pensando que tenía oportunidad de tenerte a mi lado. Ya sabes eso que dicen, del odio al amor hay solo un paso, y un paso que, cada minuto que pasa, o marca mi reloj, estoy aún más lejos de estar contigo. Para qué expresar lo que siento si se que no me vas a escuchar, ni aunque estuvieras cerca de mí. Por qué dejar de escribir si mis mejores ideas llegan cuando mi vida se consume entre tempestades, y males peores.
A veces, me veo bajando las escaleras del portal con tal de ir a cualquier bar del barrio y tomarme unos cuantos cubatas para olvidar, sólo para olvidar. En cambio, me decido a quedarme por si, en algún supuesto, me encuentran tus ganas de hablarme de nuevo por teléfono y hacerme sonreír tontamente. Pero, no. Tan sólo es una realidad que ocurre dentro de mi mente. Tan sólo es mi cabeza que, por momentos, me hace estar loca por dos motivos: al odiarlo todo por enamorarme de nada. Y, a pesar de no tener alcohol que pueda curar mis heridas, después de destrozarnos juntos; he aprendido a soportar el dolor de vez en cuando, a saber bailar bajo la lluvia. El dolor duele pero más duele la ausencia de quien ya no está, de quien viene y luego se va.
Siempre quise controlar el tiempo pero, a pesar de los muchos intentos, nunca supe cómo hacerlo. Para ralentizar los minutos de los buenos momentos, ahora ya nostálgicos, y para acrecentar el de los más agrios. Para sentirte incluso cuando no te tuviese delante, porque cuando estuviéramos juntos el tiempo volase. Para no saciar nuestras ganas de volvernos a ver otra vez, ni tampoco nos quedásemos a medias y, por motivos como éste, ahora necesito encontrarme allá dónde tú estés. Qué estúpidos. No te busco a ti, busco a mi vida. Y mi vida, eres tú. No encuentro nada de ti, ni de mí. Quizá me haya perdido cuando decidí compartir mi vida contigo.
Desde el día en el que nos miramos por última vez, sin ser conscientes de ello, fue el día en el que empecé a odiar el tiempo, y a no darme cuenta de que mis días estaban acabando el suyo. Un tiempo que sólo son segundos, para alargar el dolor y acortar la alegría del después. Quien juega en contra de la felicidad, siendo el lastre de nuestra relación, tu crudeza de decir las cosas y de mi tristeza al sostener los malos momentos con discreción porque no me veas llorar. En definitiva, una cura que lo destruye todo.
No encuentro otra solución que encender una vela para cumplir un sueño para cumplir un objetivo por cada vela encendida. Esperaba poder soñar contigo sin tenerte como pesadilla nada más despertarme cada mañana, al ver que el hueco de mi cama sigue tan frío como de costumbre. Por ello, sólo necesito respirar lo justo para que el aire que inhale no se me clave entre las costillas al disfrazarse en todos los besos que no pude darte, ni que el poco aire que dejaste en mí se escape. Tu ausencia sigue siendo el hambre mientras y éste, el pan que tengo para el resto de mi vida. Qué hago si te quiero comer siempre, y si lo que tengo se termina algún día. Por ello, un día decidí conservarlo y velar en versos quienes ahora, velan por nosotros. Y toda obra de arte habla siempre de una musa, alguien que se va antes de tiempo y no vuelve. Porque siempre que me hablen de ella, bajaré la mirada. No encuentro todos aquellos "te quiero" que nunca nos dijimos y siempre estuvieron ahí. Los "follemos" detrás de cada insensata discusión que, ahora, se echan de menos. Y, antes, sacaban de quicio. Y todo, por querer hacerlo bien que, por eso mismo, nos quedamos en el prólogo de nuestra propia historia. Por ello, sólo pido que, esta vez, seas tú, quien me apague y no espere a apagarnos juntos. Sopla fuerte para tener la oportunidad de cumplirnos aunque, sólo sea, por separado.
No me leas entre líneas, sé una de ellas. 

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