Aceptó acudir a ese sitio como huida hacia delante o clavo ardiendo al que agarrarse y a pesar de saber que no tenía ni tendría nada que ver con aquella gente.
El primer día escucho voces sin sentido y palabras grandes y pesadas como losas para su conciencia, pero entonces no lo supo.
Escupió su discurso inspirado por el alcohol en una paradoja que consideraba estéticamente sublime, a pesar de que su suerte estaba echada.
Se regodeó en la oratoria como una manera de jugar al ratón y al gato con las palabras; había ganado otro día, le quedaban pocos.
Sabía el destino y el fin del viaje desde hacía más de un mes; no quería pensarlo, lo negaba con subterfugios y lo borraba de su mente con JB.
Siempre se había tragado los borradores, erasers, pensaba apoyado en la barra, antes los milán nata y ahora los destilados de malta.
Se montaría en un avión dejando escapar su último tren a la vida.
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