¿No te lo crees? Mientras ayer tarde, quién más quién menos, pensaba y actuaba bajo el signo de la generosidad, el Albertito, se ve que por aquello de llevar la contraria, participaba de un acto egoísta. Y es que dedicar tu tiempo para hacer felices a los demás no deja de tener una componente egoísta al recibir mucho más de lo que entregas para sembrar felicidad e ilusión.Así que el Albertito, de la mano de un grupo de personas locas como él, tanto como para creer en las utopías, se acercó a la residencia de ancianos que las hermanitas de los desamparados tienen en Carabanchel Alto, para acompañar a los Reyes Magos y sus respectivos pajes, en la entrega de regalos a los 200 residentes que la habitan, cuidados con el amor y la sencillez del auténtico Jesús.Ir hasta allí en Metro, que no estaba la ciudad para que vinieran a buscarme en coche, recorriendo unas estaciones ignotas, saber que me esperaban a la salida, llegar al lugar y poner los sentidos a trabajar:La memoria y la atención para retener las voces y nombres de las personas que me presentaban, y los detalles de lo que se me describía para que yo viera la belleza de los trajes y belenes que engalanaban todo el entorno.La imaginación para visualizar los rostros emocionados y de paz.El oído para escuchar los sonidos de la música de villancicos, pero también alguna palabra "hiperemocionada" de sorpresa o gratitud.La sensibilidad para sentir la magia que había detrás de lo aparente, una magia que no pudo por menos, por contraposición, que evocarme al horror de muerte y desolación que percibí en Aüswitz y cómo en cambio aquí percibía, siquiera por unas horas, Vida, esperanza y futuro. ¿Absurda paradoja sentir la Vida entre personas ancianas? Puede, pero así es la magia que surge de la entrega y la bondad.Las manos, para recibir el calor de quien me cogía para guiarme o para desearme felicidad en este año o para quien me trajo una pasta de las monjas, un vaso para brindar, que suene que suene, o el llavero y la chapita con la Virgen de la Misericordia.Y, por qué no, la vista,que se alegraba, viendo con el corazón, la belleza de tanto colorido en los trajes, las miradas y las escenas representadas.No, no hice nada. Tan solo estuve. Imaginé, sí… a un Albertito anciano, ciego y solitario, alojado en aquella, u otra residencia, al que le anunciaban su nombre porque también él le habría dictado su carta y al que, esa vez sí, recibía su regalo con su envoltorio y su lazo incluidos.Fue bonito, sí; emotivo, sí; alentador, sí. Y el Albertito estuvo allí, en el colofón de un proyecto loco puesto en marcha dos meses atrás por Fernando De Oyarbide y que llevó regalos por valor de 13.500€ a 330 residentes en los madrileños hogares de las hermanitas de los desamparados.No, no quise ser protagonista, tan solo quise estar atrás, saber que alguien estaba recibiendo un perfume por mediación mía, qué importa quién si le hizo ilusión. Tal vez…Volví a casa. No había regalos en ella. No podía haberlos porque estaban dentro de mí, en mi alma. Había tocado la capa de armiño de Gaspar y la melena de Melchor, ¿o era la de Juani?e
Un acto de egoísmo
Publicado el 06 enero 2017 por Alberto7815
Un acto de egoísmo
¿No te lo crees? Mientras ayer tarde, quién más quién menos, pensaba y actuaba bajo el signo de la generosidad, el Albertito, se ve que por aquello de llevar la contraria, participaba de un acto egoísta. Y es que dedicar tu tiempo para hacer felices a los demás no deja de tener una componente egoísta al recibir mucho más de lo que entregas para sembrar felicidad e ilusión.Así que el Albertito, de la mano de un grupo de personas locas como él, tanto como para creer en las utopías, se acercó a la residencia de ancianos que las hermanitas de los desamparados tienen en Carabanchel Alto, para acompañar a los Reyes Magos y sus respectivos pajes, en la entrega de regalos a los 200 residentes que la habitan, cuidados con el amor y la sencillez del auténtico Jesús.Ir hasta allí en Metro, que no estaba la ciudad para que vinieran a buscarme en coche, recorriendo unas estaciones ignotas, saber que me esperaban a la salida, llegar al lugar y poner los sentidos a trabajar:La memoria y la atención para retener las voces y nombres de las personas que me presentaban, y los detalles de lo que se me describía para que yo viera la belleza de los trajes y belenes que engalanaban todo el entorno.La imaginación para visualizar los rostros emocionados y de paz.El oído para escuchar los sonidos de la música de villancicos, pero también alguna palabra "hiperemocionada" de sorpresa o gratitud.La sensibilidad para sentir la magia que había detrás de lo aparente, una magia que no pudo por menos, por contraposición, que evocarme al horror de muerte y desolación que percibí en Aüswitz y cómo en cambio aquí percibía, siquiera por unas horas, Vida, esperanza y futuro. ¿Absurda paradoja sentir la Vida entre personas ancianas? Puede, pero así es la magia que surge de la entrega y la bondad.Las manos, para recibir el calor de quien me cogía para guiarme o para desearme felicidad en este año o para quien me trajo una pasta de las monjas, un vaso para brindar, que suene que suene, o el llavero y la chapita con la Virgen de la Misericordia.Y, por qué no, la vista,que se alegraba, viendo con el corazón, la belleza de tanto colorido en los trajes, las miradas y las escenas representadas.No, no hice nada. Tan solo estuve. Imaginé, sí… a un Albertito anciano, ciego y solitario, alojado en aquella, u otra residencia, al que le anunciaban su nombre porque también él le habría dictado su carta y al que, esa vez sí, recibía su regalo con su envoltorio y su lazo incluidos.Fue bonito, sí; emotivo, sí; alentador, sí. Y el Albertito estuvo allí, en el colofón de un proyecto loco puesto en marcha dos meses atrás por Fernando De Oyarbide y que llevó regalos por valor de 13.500€ a 330 residentes en los madrileños hogares de las hermanitas de los desamparados.No, no quise ser protagonista, tan solo quise estar atrás, saber que alguien estaba recibiendo un perfume por mediación mía, qué importa quién si le hizo ilusión. Tal vez…Volví a casa. No había regalos en ella. No podía haberlos porque estaban dentro de mí, en mi alma. Había tocado la capa de armiño de Gaspar y la melena de Melchor, ¿o era la de Juani?e
¿No te lo crees? Mientras ayer tarde, quién más quién menos, pensaba y actuaba bajo el signo de la generosidad, el Albertito, se ve que por aquello de llevar la contraria, participaba de un acto egoísta. Y es que dedicar tu tiempo para hacer felices a los demás no deja de tener una componente egoísta al recibir mucho más de lo que entregas para sembrar felicidad e ilusión.Así que el Albertito, de la mano de un grupo de personas locas como él, tanto como para creer en las utopías, se acercó a la residencia de ancianos que las hermanitas de los desamparados tienen en Carabanchel Alto, para acompañar a los Reyes Magos y sus respectivos pajes, en la entrega de regalos a los 200 residentes que la habitan, cuidados con el amor y la sencillez del auténtico Jesús.Ir hasta allí en Metro, que no estaba la ciudad para que vinieran a buscarme en coche, recorriendo unas estaciones ignotas, saber que me esperaban a la salida, llegar al lugar y poner los sentidos a trabajar:La memoria y la atención para retener las voces y nombres de las personas que me presentaban, y los detalles de lo que se me describía para que yo viera la belleza de los trajes y belenes que engalanaban todo el entorno.La imaginación para visualizar los rostros emocionados y de paz.El oído para escuchar los sonidos de la música de villancicos, pero también alguna palabra "hiperemocionada" de sorpresa o gratitud.La sensibilidad para sentir la magia que había detrás de lo aparente, una magia que no pudo por menos, por contraposición, que evocarme al horror de muerte y desolación que percibí en Aüswitz y cómo en cambio aquí percibía, siquiera por unas horas, Vida, esperanza y futuro. ¿Absurda paradoja sentir la Vida entre personas ancianas? Puede, pero así es la magia que surge de la entrega y la bondad.Las manos, para recibir el calor de quien me cogía para guiarme o para desearme felicidad en este año o para quien me trajo una pasta de las monjas, un vaso para brindar, que suene que suene, o el llavero y la chapita con la Virgen de la Misericordia.Y, por qué no, la vista,que se alegraba, viendo con el corazón, la belleza de tanto colorido en los trajes, las miradas y las escenas representadas.No, no hice nada. Tan solo estuve. Imaginé, sí… a un Albertito anciano, ciego y solitario, alojado en aquella, u otra residencia, al que le anunciaban su nombre porque también él le habría dictado su carta y al que, esa vez sí, recibía su regalo con su envoltorio y su lazo incluidos.Fue bonito, sí; emotivo, sí; alentador, sí. Y el Albertito estuvo allí, en el colofón de un proyecto loco puesto en marcha dos meses atrás por Fernando De Oyarbide y que llevó regalos por valor de 13.500€ a 330 residentes en los madrileños hogares de las hermanitas de los desamparados.No, no quise ser protagonista, tan solo quise estar atrás, saber que alguien estaba recibiendo un perfume por mediación mía, qué importa quién si le hizo ilusión. Tal vez…Volví a casa. No había regalos en ella. No podía haberlos porque estaban dentro de mí, en mi alma. Había tocado la capa de armiño de Gaspar y la melena de Melchor, ¿o era la de Juani?e