Un acto, un motivo, una historia.

Publicado el 14 octubre 2015 por Marga @MdCala

Decía don Ramón de Campoamor que “en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”, y yo no puedo estar más de acuerdo con él. Como buena observadora que busca constante inspiración para sus desvaríos, me doy cuenta de que tras cada acto de una persona hay mucho más. Quien tenga un mínimo de inteligencia no debe dejarse llevar por esa simple actuación del vecino (física o virtual), sino que debe mirar más allá y -si tiene suerte y algo de objetividad- encontrar el motivo de su porqué e incluso la historia antigua que la respalda.

La madurez que dan los años (aunque a veces se me vaya de viaje sin avisar) me otorga ese distanciamiento racional cuando observo una acción a todas luces extraña. Entonces, freno un poco la lengua y, por extensión, los dedos en el teclado y analizo qué sentimientos pueden esconderse tras ella: una desilusión, un desengaño, una frustración, un complejo, una envidia, una soberbia, una depresión, una manipulación que desconozco, un engaño, un interés oculto, la ignorancia, el orgullo, la desidia, el despecho… Yo no soy ajena a todo eso y a veces esas motivaciones, impulsadas por su correspondiente pasada historia, han podido más que todos mis años y todas mis justas luces, y me han vencido dirigiéndome hacia el error de pontificar o ejecutar. Pero una virtud tengo: sé que me equivoco a menudo y poseo la humildad suficiente para admitirlo (al menos, de vez en cuando). Pobre del que siempre se crea acertado y seguro. Pobre del altivo.

Dicen que cuando vemos algo que no nos gusta en el otro es porque estamos reflejando nuestro propio defecto. Porque estamos viéndolo en nosotros mismos. No sé si esto será así, pero de lo que estoy convencida es de que quien es feliz, quien vive satisfecho con los suyos y con lo que hace, no se preocupa en exceso del resto ni de las opiniones contrarias; tampoco de las indirectas malintencionadas, las comparaciones a cada paso o el ninguneo a tutiplén. Quien es realmente feliz -y no necesita fingirlo- disfruta haciendo feliz al de al lado. También suele pensar bien de todos (o casi todos). El que camina contento por la vida no pierde su tiempo en amargar al resto, en buscarle las cosquillas continuamente, en exhibir su última adquisición, o en hacerle sentir inferior. La buena persona se nota y se conoce, aunque haga mucho menos ruido que la mala.

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Yo lo voy a seguir intentando, voy a seguir madurando (envejecer es otra cosa), y cada vez que descubra a alguien diciendo o haciendo algo incoherente, raro, injusto, negativo o contra natura, voy a aparcar el impulso de contraatacar y voy a mirar también qué hay detrás de ese gesto. Qué historia lo ampara. Cuál es su auténtica realidad. Y es más que probable que después de ello no me apetezca lo más mínimo embestir, juzgar o sentenciar. Prueba a hacerlo tú también. Prueba a hacerlo conmigo.

¿Trato hecho?