Los futboleros o seguidores de este deporte, estamos acostumbrados a ver a los presidentes de los equipos destituir entrenadores entre silencios o gestos elocuentes que denotan como se quitan de en medio lo que ellos consideran un estorbo. En ocasiones, las palabras malsonantes por ambos lados son casi vergonzantes, pero todo se hace por el bien de los socios y del equipo, al menos eso se dice siempre.
Es curioso, y fuera de lo normal, observar a un presidente rendirse a las lágrimas frente a los periodistas y foráneos que acudieron hoy a la crónica de una muerte anunciada: la destitución del entrenador del Sporting, Manolo Preciado. Y más aún, presenciar como el ex entrenador se alejaba en su coche entre los aplausos de los asistentes, mientras decía en su despedida "Lamento si hice algo mal, seré de este equipo toda mi vida. Seré socio del Sporting hasta que me muera. Que todos ayuden al club".
Claro que, para quien haya seguido la trayectoria del equipo en los últimos cinco años, esto no le resultaría extraño ni contradictorio puesto que Preciado ha formado parte, y formará siempre, de la historia del club. Quizá ese haya sido su mayor pecado, mezclar el amor y el trabajo.
¿Se le puede discutir algo? Unos dirán que hacía demasiados cambios, otros que no tenía ni idea de cómo situar a sus jugadores, y así escucharíamos variadas opiniones, como las de aquellos que sí estaban a favor de su continuidad. Ahora queda una cuestión en el aire, ¿quién entrenará a este equipo?
Una cuestión nada fácil ni simple. Sin fichar jugadores y vendiendo lo poco bueno que se tiene, no se llega lejos ni siquiera con milagros, si los hubiese.