Revista Talentos

Un amigo en común

Publicado el 20 noviembre 2014 por Orperedas

Un amigo en común

Adriana me dijo: "Si lo quieres yo te lo regalo". La ilusión se dibujó en mi rostro y, luego de pensarlo por un instante, acepté la propuesta. Salimos del Salón Obelisco de la Feria del Libro de Chacao, en Caracas, y nos dirigimos al stand de Editorial ALFA. Yo quise tenerlo desde que lo vi unos días antes, cuando hicimos un somero recorrido por la mayoría de stands de la feria y lo descubrí gracias a un poster que mostraba la carátula del libro: una fotografía a blanco y negro, en la que aparece sentado, con su guitarra y, sobre ésta, una franja roja en la parte superior donde podía leerse:

Crónica de sus últimos días

Luego de pagar el importe tomé el libro entre mis manos y me dirigí al pequeño espacio habilitado para la firma de autógrafos de los autores. Percy estaba de espaldas a mí, por eso no me vio llegar. Se colocaba la chaqueta en actitud de retirarse del lugar. Advirtiendo su intensión, le hablé, le pregunté si podía firmar mi libro antes de marcharse.

Un amigo en común

Percy se giró y, al vernos con el libro en la mano, sonrió complaciente y dejó nuevamente la chaqueta en el respaldo de la silla, sacó un bolígrafo, se sentó y nos preguntó: "¿para quién es el libro?". "Para nosotros, Otto y Adriana", le respondí.

Mientras escribía preguntó con el interés de quien busca un cómplice: "¿lo conocieron?" "Yo sí", le respondí, "después de uno de sus conciertos en Guatemala. Fui a verlo en cuatro ocasiones, todas memorables". Adriana con orgullo nacionalista adquirido dijo: "él es guatemalteco", señalándome. Percy despegó la mirada del libro y mirándome sonriente me estrechó la mano mientras decía: "¡guatemalteco! ¡y qué hace usted por aquí?". "Ella", respondí mirando a Adriana. Reímos los tres.

Me contó que escribió el libro con la intención de que la gente conociera los últimos días de la vida, fuera del escenario, de ese gran amigo que el infortunio nos arrancó una madrugada de Guatemala, cuando una bala atravesó su cabeza, una bala que nunca debió recibir, él, que era enemigo de las armas de fuego.

Conforme conversábamos de los lugares de Guatemala por los que él y Facundo transitaron aquellos días de julio de 2011, mi memoria y recuerdos de mi país me llenaron de nostalgia al recordar, una noche de septiembre de 1999, el rostro de Facundo Cabral, diciéndome con una sonrisa: "¿el libro es para vos? ¿Cuál es tu nombre? ¿lo escribo con doble "t"?". Yo le pregunté si podía tomarme una foto con él y me respondió que en ese momento no era posible, la gente de la disquera no se lo permitía, mas, acercándose un poco a mí, dijo bajando la voz: "pero, si vas mañana en el transcurso de la mañana al hotel lo hacemos, con gusto". No pude ir, tenía que trabajar y mi jefe no aceptaría por excusa: "perdone, llegué tarde porque Facundo Cabral me rogó, anoche, después del concierto, encarecidamente, que llegara hoy temprano para tomarnos un vino, una foto y que le diera mi autógrafo.

Percy me contó acerca del viaje que hicieron, por carretera, desde Ciudad de Guatemala a Quetzaltenango, en el occidente del país, y cómo Facundo se maravillaba y extasiaba con aquellos paisajes tan sencillos y hermosos, él, que casi nunca prestaba atención al camino, para conversar con quien le acompañase en el trayecto. Llegó en su recorrido narrativo de vuelta a Guatemala, y más específicamente al Boulevard Liberación y al trágico momento en el que las balas atravesaron los vidrios de la Range Rover en la que viajaban él, Facundo Cabral y Henry Fariñas, quien conducía, a quien estaba dirigido el atentado. Percy, por alguna razón inexplicable, salió ileso del percanse.

Los recuerdos volvieron a abstraerme y la memoria me llevó a los trágicos momentos en que conocí la noticia. Estaba en casa de mi querida amiga Gloria, en Caracas, cuando Coromoto, una de las integrantes de la Coral en la que participaba Adriana y, ahora yo también, comentó que había escuchado en un noticiero radial, en horas de la mañana, que Facundo Cabral había sido asesinado en Guatemala. Adriana, que estaba de espaldas a mí, se giró violentamente presta a atenderme. Yo no lo creí, no lo acepté, y traté de no dar importancia al comentario.

Al volver a casa la ansiedad me devoraba. Necesitaba saber si aquello que había escuchado era verdad, o si sólo era una noticia errónea, como en ocasiones sucede cuando en Caracas se conoce de algún acontecimiento sucedido en cualquiera de los países centroamericanos. La confirmación me llegó a través de un mensaje privado, en facebook, enviado por Sandra, una gran amiga de mi juventud, que conocía muy bien de mi profunda admiración por Facundo Cabral. La desazón y el llanto me invadieron. Adriana me abrazó.

Una hora más tarde mi papá al teléfono, con la voz levemente entrecortada, me preguntó: "¿te enteraste?" Un monosílabo le di por toda respuesta. "Aquí estamos todos consternados, sin podernos explicar ¿por qué él tenía que morir así?" continuó diciendo. "Si al menos hubiese muerto cantando, o bebiendo una copa de vino, cualquiera de esas formas de vida que él tanto amaba", le respondí. "Ahora va a ser más recordado por su muerte que por su vida".

El rostro sonriente y amable de Percy me miraba comprensivo, como diciéndome: lo entiendo. Llamó a Gabriela, su hija y coautora del libro, para que ella también lo firmara. "El señor es guatemalteco", le indicó señalándome con sus ojos amables.

"En quince días iré de nuevo a Guatemala, es la primera vez que regreso", me dijo para sacarme un gesto admirativo que me devolviera un poco la tranquilidad, y lo logró. Luego de eso la conversación giró en torno a algunos momentos reflexivos, luminosos y humorísticos de Facundo, como nos gusta recordarlo.

Nos despedimos con un apretón de manos y una sonrisa cómplice de amigos que se conocen de siempre y se reconocen hoy. "Espero que le vaya bien por Guatemala", le dije. "Yo espero no pasar por otro momento tan difícil", me respondió. "Por si acaso, no vuelva a juntarse con Fariñas", le devolví, y ambos reímos.

Facundo Cabral ha acompañado mi vida desde siempre. Mi papá solía escuchar casetes, en los que aparecían cantantes de distintas épocas, uno de ellos era Facundo Cabral. Recuerdo escuchar, una noche de mi temprana infancia, esa bella canción de cuna que dice:

No crezca mi niño, no crezca jamás,

los grandes al mundo le hacen mucho mal.

El hombre ambiciona cada día más

y pierde el camino por querer volar.

¡Vuele bajo, porque abajo está la verdad!

¡Esto es algo que los hombres no aprenden jamás!

Gracias a mi papá y a mi mamá conocí, unos años después, un bello estribillo en el que Facundo manifiesta:

Ya en la adolescencia, gracias a una copia que le regaló a mi papá nuestro querido amigo Chilo, escuché otra de las canciones que más me gustan de Cabral:

Entre pobres yo nací, entre pobres me crie,

entre pobres voy viviendo y entre pobres moriré.

Yo siempre quise vivir y porque quise yo vivo,

sólo diciendo que sí se cumple nuestro destino

Una y otra vez viajan a mi memoria sus canciones, sus discursos a modo de prédica y sus ingeniosas chanzas en las que va pintando, con colores de esperanza, la vida y sus encantos, que nos ha obsequiado siempre el supremo autor de nuestra existencia, con quien hoy Facundo Cabral tiene el privilegio de hablar y reír frente a frente.

Biografía de Facundo Cabral


Un amigo en común

La vida de Facundo Cabral está llena de historias adversas, que comienzan el 22 de mayo de 1937, en la Ciudad de La Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina, un día después de que su padre decidiera abandonarlos a él, a su madre y hermanos. Su verdadero nombre es Rodolfo Enrique Cabral. Creció en Tierra del Fuego, en la extrema pobreza, por lo que ya en su infancia era un marginal.

A la edad de nueve años emprende un viaje que le llevaría, luego de cuatro meses de travesía, a Buenos Aires, tiempo durante el cual se le consideró desaparecido. Con la firme intención de encontrar al Presidente Juan Domingo Perón, viaja a la Ciudad de La Plata, donde se presentaría Perón en un desfile, momento que es aprovechado por el pequeño Facundo para colarse entre el cerco de seguridad presidencial logrando avanzar hacia el vehículo en el que el Presidente y su esposa (Eva Duarte de Perón) se desplazaban. A mitad de camino es detenido por un policía, pero justo en ese momento Perón miraba hacia ese mismo lado, por lo que le ordena al oficial dejarlo pasar. Cuando el niño llega al vehículo la pareja presidencial le pregunta "¿qué deseas?", y el niño contesta: "¡Trabajo!

La fortuna deja de sonreírle cuando se convierte en alcohólico y es llevado a un reformatorio, del que escapa. A los catorce años es apresado y enviado a una correccional de menores, debido a su carácter violento. En ese lugar conoce a Simón, un Sacerdote Jesuita, quien le enseña a leer y escribir, abriéndole el mundo de la literatura, hasta entonces desconocido para él. Cuando ya contaba con veinte años se escapa de la correccional de menores, un año antes de completar la pena establecida, y busca trabajo en los campos como peón.

Su inicio en el mundo de la música se dio una tarde en la que escuchaba a un mendigo, quien pregonaba el Sermón de La Montaña. Altamente conmovido por aquella historia, y necesitado de expresar lo que sentía, escribió Vuele Bajo, su primera canción. Su primera presentación formal la realiza la noche de año nuevo de 1959 en Mar del Plata en un hotel de la ciudad, donde es contratado por el dueño del hotel, debido a que el artista que iba a presentarse esa noche no podría actuar. Luego de cuarenta y cinco minutos de un emotivo discurso cantó una canción y se retiró del escenario, y el público lo aclamó con tal entusiasmo que debió salir nuevamente.

Pocos meses después de la presentación de año nuevo aparecía en la escena musical un nuevo artista, bajo el nombre de El Indio Gasparino. Con este nombre grabó algunos discos que no alcanzaron mayores éxitos.

El reconocimiento a la calidad de sus canciones llega en 1970, de la mano de quien se convertiría en uno de sus mejores amigos, Alberto Cortez, quien grabó No soy de aquí ni soy de allá, canción con la que Cabral le dio la vuelta al mundo desde ese año hasta 2011.

Gracias al éxito que comenzó a ganar desde 1970 con la grabación de sus primeros discos con el nombre que hoy se le conoce, Facundo Cabral, compartió escenarios y estudios con cantantes como Alberto Cortez y Andrés Jiménez. Sus canciones fueron interpretadas por artistas de la talla de Pedro Vargas, Julio Iglesias y Neil Diamond, entre otros.

Considerado un cantautor de protesta, señalado como agitador por el régimen militar argentino en 1976, Cabral debe exiliarse en México, de donde vuelve a su país en 1984.

A lo largo de su carrera Facundo Cabral grabó poco más de treinta discos, entre álbumes de estudio, conciertos y trabajos en colectivo. Dado que el propio Cabral nunca guardó los reconocimientos recibidos no se sabe con certeza la cantidad de discos que vendió alrededor del mundo, pero puede suponerse que es una cantidad importante, partiendo del éxito que siempre obtuvo por doquiera que fue.

Aunque Facundo Cabral fue un hombre con un alto sentido espiritual, nunca perteneció a ninguna religión, siempre se denominó librepensador, absorbiendo las grandes enseñanzas de muchas religiones, poniendo en práctica el respeto humano y la solidaridad.

Hay quienes, como yo, tenemos a Facundo Cabral como un guía, maestro, que nos enseña a través de su palabra y sus canciones a ser mejores seres humanos.

Un amigo en común

Hoy quiero compartir con ustedes Que sí, que no, lo mismo me da, canción con la que inicia su serie de conciertos Vuele Bajo, de la cual se editó un disco en 1986. En esta grabación podrán apreciar todas las facetas de ese singular cantautor.

Quiero dedicar esta publicación a Percy Llanos y a su hija Gabriela Llanos, autores del libro Facundo Cabral: Crónica de sus últimos días, con quienes compartí esa tarde de abril de este año. Gracias por obsequiarnos una mirada noble de tan trágica historia.


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