Revista Diario

Un billete de 19 euros

Publicado el 08 octubre 2011 por Negrevernis

Bajo a Madrid, como cada una de las dos tardes en las que este primer semestre tengo clase en la Facultad. He comprobado que he gastado ya los diez viajes de mi abono de autobús, de forma que calculo el tiempo que tendré que emplear en ir hasta el cajero más cercano, el estanco de enfrente y esperar el primer autobús que salga, y todo mientras tecleo frenéticamente los ejercicios de una lectura para mis alumnos de 2º de ESO. Apuro los minutos mientras apago el ordenador, que últimamente va más lento que de costumbre, a pesar del antivirus, el limpiador ocasional y la reordenación del disco duro que hice ayer; no me ha dado tiempo a contestar todos los correos electrónicos del colegio, que se quedan pendientes hasta mañana... o pasado.
Cojo la mochila, la rosa fucsia de pocos euros que compré en septiembre, cuaderno de anillas grande, estuche blanco, una pequeña botella de agua y el libro de turno para ir matando el rato hasta que llegue a Madrid. Tardo quince minutos en llegar al cajero más próximo, saco el dinero justo para pagar el abono que me durará cinco días. El estanco es también el de la acera, junto a la esquina: no es el que más me gusta, porque prefiero ir al otro, al de la calle principal, donde trabaja la madre de una amiga de Niña Pequeña, que se llama como yo y me resulta sólo por eso más simpática que el señor barbudo que me atiende con desgana en este otro.
El señor barbudo emerge de entre las sombras de la trastienda de su estanco.
- ¿Hum? -pregunta sin palabras, mirándome como si yo tuviera el mono de los cigarrillos que jamás he encendido.
- Un abono para Madrid, por favor -respondo con poca gana. Con este señor me pasa como a mis alumnos: no me motiva, profe.
- 19 euros -dice, mientras me lanza al pequeño mostrador de cristal la escueta tarjetita blanca y roja.
Le tiendo mi billete de 20 euros, brillante por estar recién salido del cajero. Ni tiempo me ha dado de ver su aspecto o sentirlo en el billetero.
- Gracias -me despido, mientras escondo rápidamente el euro de vuelta.
El señor barbudo no me dice nada, envuelto una vez más en las ondas negruzcas de la parte de atrás de su estanco. No entiendo por qué se venden libros de bolsillo aquí, junto a cachimbas, encendedores y bolígrafos dorados...
Un billete de 19 euros.


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