Revista Literatura

Un cadáver contra el cristal

Publicado el 08 noviembre 2008 por Héctor
El fluorescente de la cocina tardó unos tres segundos en encenderse. Necesitó de dos amagos previos, como si anunciara su llegada con cierta ceremonia. Ya antes de hacerse la luz Mike había abierto uno de los estantes y había cogido un vaso ancho. Volvió a apagar la luz blanca con un golpe contra el interruptor, la oscuridad volvió a reinar en la casa.
Grace se había sentado en su sofá preferido. Tenía el pelo seco, tal y como imaginaba él. Estaba recostada con los pies encima de la tapicería, su cuerpo descansando sobre ellos. Encendió un cigarrillo con lo que parecía el último suspiro de un mechero que robaron de algún bar. Tras agitarlo unas cuantas veces en busca de una postrera exhalación de gas, certificó su muerte lanzándolo contra la mesa de centro. El ruido del cadáver del mechero contra el cristal de la mesa se amortiguó con el atronador rugido de un trueno. La tormenta parecía cada vez más cercana.
Mike, aprovechando la claridad intermitente de los relámpagos que iluminaban el salón desde el ventanal que daba a la terraza, abrió el mueble-bar situado justo debajo de la pantalla de televisión. Tener un mueble-bar era una de esas licencias extravagantes que se había permitido un hombre casi abstemio como Mike, tal vez influido por cientos de escenas de películas en las que el protagonista se pega un lingotazo nada más llegar a casa. Mike guardaba el alcohol para las visitas. Y para Grace, a la que le gustaba sentarse en su sofá preferido, el mismo en el que estaba ahora, con una copa de Martini en una mano y su inseparable cigarrillo en la otra. A Mike le gustaba contemplarla así, reclinada como una dama decadente, con sus muslos asomando descuidadamente a través de la bata de satén violeta. Por un momento quiso verla así, pero lo único que veía era un punto rojo en la oscuridad. Como mucho, el resplandor de los relámpagos dejaba ver medio rostro de Grace, iluminado como la luna pálida, con sus enormes ojos azules actuando como cuchillos en la noche. Sí, lo único que podía ver ahora cuando miraba a Grace era fracaso. Su propio fracaso reflejado en el mudo espejo de aquella mirada insoportable. Decidió que el whisky, sin mezclar, era el único bálsamo que podría mitigar aquella sensación que no podía aguantar más. Volvió a darle la espalda y bebió el contenido de su vaso de un solo trago. Antes de volver a llenarlo hasta arriba, necesitó respirar hondo.

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