Cuando los novatos agentes Pedroza y Corti encontraron el cuerpo degollado de la chica desaparecida, en el basural de la terminal de ómnibus, dio comienzo a la búsqueda más enfermiza de un asesino que se haya dado en la ciudad.
La relevancia que tuvo el hallazgo en los medios de información obligó a la intendencia a solicitar a las fuerzas policiales el mayor esfuerzo para el esclarecimiento del macabro suceso. El motivo era muy obvio: la joven, de tan solo veinte años, era la hija del intendente.
El jefe de la comisaría fue preciso en la orden dada: “Este es un caso para el Sargento Camisasa”. El boletín se difundió internamente con la velocidad de un rayo y llegó al Sargento Agustín Camisasa un día después, cuando pudieron ubicarlo en el loft de la pelirroja Veraluce, el más afamado de los travestis de la zona centro.
Desaliñado y mal vestido, tras una noche de parranda agitada, precedida a su vez de una jornada completa en el casino, Camisasa se hizo presente en el edificio policial. A pesar de sus conocidos desajustes personales, se le respetaba su capacidad para el trabajo.
- Sargento, observe estas fotos. Es la chica desaparecida.
- Bonito collar, comisario.
- Es la marca que dejó el cuchillo, Camisasa.
- Ajá. Puede entonces que haya habido en el lugar, un bonito collar.
- Sargento, el tema es así. Rafael Mandoni quiere que esto se resuelve. Esta joven era su hija. ¿En cuánto puede tener novedades?
- Sabe usted que no soy un microondas que le puede indicar un tiempo exacto, comisario. Tendrá que asignarme personal, algo de viáticos para comida, dine...
- Sargento, ¿quiere también que incluya en su legajo el día y la noche de ayer?
- Tres horas, comisario.
La vida policial podía resultar estresante si uno no estaba preparado para el agotamiento mental que suponía atar cabos sueltos, realizar entrevistas y perseguir criminales. Camisasa lo estaba, desde pequeño. Su primer gran recuerdo de la infancia era ver a su padre uniformado, golpeando con dureza al vecino.
La sangre tiraba y a pesar de haber contado con muchas opciones tras terminar el secundario, como trabajar como ayudante en lo de Rulo, el mecánico de la cuadra; panadero, en lo de la tía Ester; e incluso, junto a Julián su primo, levantando quiniela clandestina en la calle; Agustín se había decidido por la profesión de su padre y tras un arduo curso de tres meses, haber ocultado con maestría un tatuaje en la nalga derecha que decía “Invicto”, se había recibido con honores.
El resto, mérito de su carrera y papá, ahora jefe en la provincia.
Nadie tenía contactos como él. Soplones de primera, que entregarían a su madre a cambio de cualquier cosa. Prefería sin embargo los travestis y las putas. Podía pagar en especies.
Estacionó su Falcon particular en el borde de la vereda. Bajó y se colocó las gafas para sol. Zona de monoblocks, miradas furtivas desde cualquier rincón. Pero todos conocían al Sargento Camisasa. Cada martes y jueves acudía a las partidas de póker en el edificio 3 de la manzana 5. Más de una vez lo habían visto irse en calzoncillos.
Golpeó en la puerta del departamento A del primer piso del bloque que estaba delante de donde estacionó. Se asomó un hombre desgarbado, con cara de rata. Al ver al policía, bufó por lo bajo.
- Qué pasa Camisasa.
- Hablá y la sacás barata, Rata.
- ¿Hablar? Si querés, algo te invento, Sargento.
- De la mina degollada y no te hagás el pelotudo.
- Pero no rima...
- Dale, soltá la lengua. La piba ésta, quién la cortó. Vos sabés todo Rata...
- ¿Y a cambio, que hay?
- Te puedo conseguir las dos lucas que te hice perder jugando al truco con Alvarez.
- Algo es algo...
- Cantá.
Prefería el Falcon a la patrulla por una simple cuestión. No le daban una patrulla. Las últimas tres que manejó, terminaron en el depósito de chatarra. De todos modos lo escoltaban tres coches de la comisaría y un camión de asalto. El dato era bueno, lo había comprobado.
Se detuvieron frente a una vivienda precaria, en el barrio La Teja Floja. Con el megáfono anunció que tenían rodeada la casa. De la vivienda que estaba a sus espaldas dos motos salieron a toda prisa por la calle de tierra. Camisasa miró el papel y se dio cuenta que se habían equivocado de casa. Ordenó de inmediato una persecución.
Pudieron darle alcance dos kilómetros al oeste, cuando intentaban llegar a un acceso a la autopista que estaba en construcción. Detuvieron a los dos sujetos. Tras una hora de interrogatorio a solas con ambos, Camisasa salió de la sala con la confesión firmada por uno de ellos.
Mandoni le agradeció y el jefe lo condecoró. El Sargento atinó tan solo a decir: “Es mi deber”.
Esa noche, acodado en la barra del bar del “Polaco” Palonsky, su confidente nocturno, entre whisky y whisky, le dijo a su amigo: “Dos años, máximo tres”.
- Es muy poco.
- Si, cómo para que no agarre viaje el bobina ese. Imaginate, tres años y a la calle, con veinte lucas para gastar en lo que quiera. En la puta vida se imaginó con tanta guita esa inmundicia.
- Menos mal que pensás en todo...
- ¡Si supieras lo que se de los jueces! En fin, en dos años hago un intento y veo si alguno lo larga. Son gajes del oficio polaco, que vamos a hacerle. Qué iba a saber que la turra esa que bailaba en el caño del Dancing era la hija de Mandoni. La puta madre, que mala leche. Pero ves, todo tiene arreglo.
- ¿Y con el collar que hiciste?
- De dónde te crees que saqué las veinte lucas...
- El crimen perfecto.
- Y si. Era un caso para el Sargento Camisasa.
Cuento escrito para el Fanzine Risotto, publicado en el #2, correspondiente al mes de abril de este año.