Sí, era como dibujar el universo en un lienzo, o en un beso. Puntos de gas y polvo, puntos brillantes, efímeros, reflejos de mundos alejados de nuestros ojos. Eso era lo que yo veía, una sinfonía de matices, el claroscuro misterioso de la curiosidad humana. En aquel porche, ante mis ojos, ante el ensimismamientos de los allí presentes, cualquiera hubiese podido leer mis pensamientos y mis miedos, e incluso mi futuro.
Aquella noche el cielo parecía concederles a los ojos lo que éstos pedían. La brisa de la noche, los estrepitosos sonidos que provenían de todas y de ninguna parte y la buena compañía, hicieron de aquella velada algo digno de mantener en el cerebro, y en las pupilas.