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Un Clásico atípico

Publicado el 29 octubre 2013 por Javier Montenegro Naranjo @nobodyhaveit
“El Rápido” de Guanajay durante el entretiempo del Barça-Madrid

“El Rápido” de Guanajay durante el entretiempo del Barça-Madrid

Con el despiste, la modorra del despertar, y la sorpresiva ausencia del fluido eléctrico, me olvidé del clásico de fútbol español. A las doce y cuarto fui a la farmacia a buscar unas pastillas y me encontré con “El Rápido” (una de nuestras cadenas de comida rápida) lleno como nunca. Más de cien personas estaban en un espacio muy reducido para ver en un televisor de diecisiete pulgadas una nueva edición de merengues y azulgranas.

Como no había luz en todo el pueblo, muchos fanáticos fueron a uno de los pocos lugares con planta eléctrica. Decidí comprar el medicamento en otro momento, dejar la receta en casa y volver para al menos compartir la experiencia colectiva del clásico. Caminé diez metros y “El Rápido” vibró con el grito de gol; Neymar abría la lata y los culés guanajayenses celebraban con euforia colectiva una imagen borrosa, porque ver, lo que se dice ver y disfrutar el gol, no les fue posible. Antes de irme, un socio me propuso ir hasta el hospital, pues como allí también hay planta, seguro podíamos verlo. No le respondí.

Regresé en menos de un minuto y traté de buscar sitio para ver el juego pero todo estaba ocupado; personas subidas encima de los muros y una masa compacta de fanáticos imposibilitaba el paso hacia el interior del local. Al rato, descubrí al Robe en una esquina, apoyado sobre un barandal sin nadie detrás de él. Trepé como pude hasta el lugar después de saltar sobre una trinchera de bicicletas que, ahora debajo, me auguraba una deliciosa caída si me resbalaba de la superficie de una pulgada de espesor sobre la cual me sostenía. El premio no fue muy estimulante pues apenas veía el televisor: cabezas y más cabezas se encargaban de cubrir toda la pantalla.

Terminó el primer tiempo y baje de la incómoda atalaya a esperar la reanudación cuando un amigo me dijo “busca la cámara y tírale una foto a esto”. Después de tomar la instantánea, volví a subir a mi torre del foso. Esta vez le pedí uno de esos socios ocasionales, con los que solo hablas el día del Barça-Madrid, aguantarme de él para no pasar tanto trabajo; logré acomodarme y los músculos comenzaron a entumecerse a un ritmo más lento.

“No han tirado una vez a puerta los madridistas” decía Robe cuando anotó Khedira; la calidad de la señal y la resolución de la pantalla era tan mala que nadie vio la atajada de Valdés hasta que fue repetida. Otro grito de gol se escuchó con el disparo de Benzema a la cruceta. El acabose llegó cuando el árbitro cerró los ojos y no vio el penal cometido sobre Cristiano: gritos, discusiones, “¿fue gol?” preguntaban los que no veían, “¿quién marcó?”, “¿qué pasó?”. Así se estuvo por un buen rato, entre protestas, comentarios y los pobres diablos desinformados.

Cuando Alexis fintó al defensa y pinchó el esférico, antes de colgar a López, se me escapó un grito de “golazo” con gallo incluido; mi intento de celebración afeminado fue el preludio de otra fiesta azulgrana. Para el desconsuelo de los madridistas, “El Rápido” volvió a vibrar. Los ánimos se calmaron después del gol y a falta de cinco para el final se restableció el fluido eléctrico. Me gustaba el ambiente, pero las piernas me dolían por estar en puntillas y terminé de ver el juego en la paz de mi televisor.

No sé qué habrá pasado cuando Jesé recortó distancias a dos del final; quizás debí quedarme y disfrutar la tensión de esos ciento veinte segundos, de la algarabía madridista, de los defensores de Ronaldo argumentando que él sí era bueno, pero no lo hice y no me arrepiento. Si Undiano Mallenco ponía fin al encuentro conmigo aguantado del Danny, los socios me habrían convencido de irme con ellos al parque a tomarnos dos o tres cervezas e iniciar una de esas discusiones de fútbol donde cada quién emite su criterio e ignora a su interlocutor, busca argumentos irrefutables (no por verídicos sino porque a esa hora nadie puede probar lo contrario) y al final termina imponiéndose quien más grita. Y aunque mi voz se proyecta bien fuerte con o sin cuatro tragos, para qué iniciar una discusión sin sentido donde no voy a terminar ganando.


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