Revista Diario

Un cuento con dos finales

Publicado el 02 abril 2012 por Laguarida

Un cuento con dos finales
UN CUENTO CON DOS FINALES
Ernesto llevaba díascaminando por aquel territorio inexplorado. Acabada de salvar la cumbre de un jovenmonte de carrascas, pero apenas discernía algo en el horizonte: había caído lanoche. Decidió acampar. Buscó algo de leña, sacó su flauta, comenzó a buscarsus estrellas preferidas entre el ramaje de las encinas y, al arrullo de supropia música, se quedó profundamente dormido.
Al alba, despertó. Nopodía creerlo. El lugar con el que siempre había soñado, incluso aquella mismanoche, se abría a sus pies. Ernesto bajó aprisa la ladera del monte. La erosióncaprichosa había moldeado una gran piedra despeñada, concediéndole la forma deun sillón. Tomó aquel asiento frio y duro, pero reconfortante. Era la mejorvista del mundo. Frente a él discurría un río vigoroso de agua fresca ycristalina, que acompasaba su murmullo con el trino de una pareja de mirlos. Alotro lado del río se extendía un valle fastuoso, mágico, a los pies de unamontaña grande y arrogante. Ernesto, con mucho mimo, extrajo el cuadernillo desu bolsillo. Repasó los planos y se puso manos a la obra. Habían transcurridodos primaveras desde que fuera expulsado del último pueblo.
Pasó el verano, pasó elotoño, y el invierno. Ernesto, con igual mimo, regresó el cuadernillo a subolsillo. La hermosa casa de piedra y madera estaba terminada; era exactamenteigual a las otras que había construido siguiendo el diseño de su abuelo. Deesta forma, Ernesto regresaba nuevamente al hogar de su niñez. Se sentó en el sillónde piedra y, como todas las tardes, disfrutó de los mirlos, imitando su cantocon la flauta. Despidió al Sol que se perdía tras la montaña y, poco antes deacostarse, dio la bienvenida a sus queridas estrellas.
* * * * * * *
A principios de laprimavera siguiente, Ernesto, sentado en su trono de piedra, vio como seacercaba una pequeña balsa que llevaba la corriente del río. A bordo viajaba unhombre que, a duras penas, logro conducir su rudimentaria embarcación hasta laorilla. Cayó, más que bajar, de la balsa y se dirigió hacia la casa. Apenaspodía caminar; apenas pudo separar los labios para hablar.-Yo…Ernesto no dijo nada.Llevo al recién llegado al interior de su casa. Como anticipaba su aspecto,aquel hombre llevaba días sin comer. Y sin dormir: no despertó hasta la tardedel día siguiente. El hombre abrió los ojos y le costó unos minutos situarse.Estaba solo en la casa. Husmeó con curiosidad y admiración el interior deaquella fabulosa construcción. Comió todo aquello que Ernesto le había dejadopreparado en la mesa. Y, muy intrigado, salió a buscar a su benefactor. Ernestotrabajaba en el huerto; sintió las pisadas pero no se volvió.-Yo…-Puedes quedarte eltiempo que necesites –se adelantó Ernesto sin girarse.-No tengo nada parapagarte –se sinceró, muy inquieto.El hombre hizo unaextraña mueca justo cuando Ernesto se daba la vuelta. Sólo es una extrañamanera de sonreír –pensó Ernesto y le respondió cordialmente:-¿Qué importa eso? Mepagarás con tu compañía.
Durante los mesessiguientes, Ernesto compartió todos sus secretos con aquel hombre extraño. Inclusole cedía su sillón de piedra la mayoría de las tardes para contemplar elpaisaje al otro lado del río.-Es el mejor lugar delmundo, ¿por qué no levantaste la casa allí?-Porque ya no disfrutaríade la vista–respondió Ernesto.-Me gustaría hacerme unacasa para mí solo –dijo el hombre.-Claro.-Yo…-Toma –dijo Ernesto,entregándole su cuadernillo-. No creo que vuelva a necesitarlo.El hombre le respondiócon su extraña mueca.Al día siguiente elhombre de la mueca se marchó. Al mes siguiente, Ernesto vio llegar un barco muygrande. Al menos una docena de hombres descendió del barco, al otro lado delrío, y se pusieron a trabajar de inmediato. Antes de que llegara el invierno,la casa del hombre de la mueca estaba terminada, justo en medio del valle. Muypronto, el humo de su chimenea comenzó a desvirtuar el carácter de la granmontaña.
Y llegó una nuevaprimavera. Todas las semanas arribaban grandes barcos de los que descendíantoda clase de gente, animales, maquinaria. En pocos meses, Ernesto violevantarse docenas de casa idénticas a la suya. Y vio colocar letreros de todaslas clases de negocios imaginables. Y vio un letrero mayor en la mayor de lascasas, en el que ponía Ayuntamiento, y vio al hombre de la extraña mueca, vestidomuy elegante, asomado a un balcón de esa enorme casa, aclamado por la multitud.Y aquella gente construyóun puente para salvar la bravura del río. Y comenzaron a construir unacarretera que se aproximaba cada vez más a su propia casa. Y Ernesto sintióemoción: aquella gente, le tendía la mano, aquel hombre de la extraña mueca, ledevolvía su cariño.Y, cierto día, llegó unhombre muy antipático y sacó un papel sellado.-Es un edicto delAyuntamiento –le anunció-. Por orden del excelentísimo Alcalde… –comenzó aleer.Y siguieron construyendola carretera, por donde antes hubo una piedra con forma de sillón, y por dondeantes hubo un hermoso huerto.Y, en otra ocasión,regresó el hombre antipático y sacó otro papel sellado.-Es un edicto delAyuntamiento –le anunció-. Por orden del excelentísimo Alcalde… –comenzó aleer.Y, desde entonces,Ernesto tenía que pagar un impuesto porque ahora disponía de un puente y de unacarretera.-Pero yo no tengo con quepagar…-Ese no es mi problema. De nuevo,  llegó el hombre antipático con un nuevo papelsellado.-Es un edicto delAyuntamiento –le anunció-. Por orden del excelentísimo Alcalde… –comenzó aleer.Y, desde entonces,Ernesto tenía que pagar un impuesto por haberse construido una casa utilizandoel diseño propiedad del Ayuntamiento.-Pero yo no tengo con quepagar…-Ese no es mi problema. Y, cierto día de invierno,llegó otro hombre tan antipático como el otro y le entregó un papel en el queponía sentencia de desahucio.Antes de acabar elinvierno, Ernesto tuvo que dejar su casa.
¿FIN?
Y es aquí donde suelenterminar las historias en la vida real, pero el cuentista, o sea yo, que paraeso soy el autor, me permito añadir una segunda versión desde donde coloqué los asteriscos:
* * * * * * *
A principios de laprimavera siguiente, Ernesto, sentado en su trono de piedra, absorto en su música,no vio como la corriente delrío arrastraba la pequeña balsa en la que viajaba el hijo de p*** que sirvió demerienda a una pareja de caimanes unos cientos de metros más adelante.
Y ahora sí: FIN

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