Celebramos hoy el Día de la Constitución. Hace treinta y un años que los españoles refrendamos nuestra Carta Magna, una brújula que da brillo y esplendor, que une, y que aglutina más allá de las diferencias políticas e ideológicas. Eso es la Constitución, y eso es lo que cada 6 de diciembre invariablemente debemos festejar los ciudadanos españoles.
En el acto conmemorativo que esta mañana se ha celebrado en el Congreso de los Diputados he percibido ausencias significativas. Noté la ausencia de Felipe, de Alfonso Guerra, y de Miguel Roca, entre otros muchos imprescindibles en este largo trayecto constitucional que llevamos. (Quizás estuvieran, lo reconozco, pero temo que si así es, las audaces cámaras de televisión no los hayan pillado). No obstante, y además de los ya citados, hay otros nombres que, por diferentes motivos, no estaban y sin los cuales la Constitución de 1978 no hubiera sido la que es, y su espíritu jamás nos hubiera aglutinado y reunido. Me refiero a Jordi Solé Tura y a Gabriel Cisneros, que con su habitual discreción marcharon sigilosos. Pero también, y por supuesto, a Adolfo y Sabino (así, como Felipe, sin apellidos). Todos fueron los verdaderos artífices de que hoy, después de treinta y cuatro años de la muerte del viejo general, como dijo hoy precisamente el Presidente Bono, los españoles nos sintamos españoles de verdad y hayamos aparcado las dos Españas y eso de ‘vencedores y perdedores’.
Toda esta nómina de personas, junto a Santiago Carrillo, Manuel Fraga o Gregorio Peces-Barba son los artífices de que las generaciones venideras puedan entender qué es eso de la Carta Magna que reúne antes que separa, que consensúa antes que diversifica.
Más tres décadas de democracia nos han convertido en una sociedad madura, progresista y sensata. Los españoles, todos, aportamos nuestro granito de arena para llegar a ese objetivo. Pero quiénes de verdad se lo curraron fueron estas personalidades que, en uno de los momentos más críticos de la reciente Historia de España, lograron abrazar un texto constitucional que sirviera como faro y esplendente en la difícil travesía que los españoles comenzábamos a hacer en una época en la que todavía se escuchaban los ruidos de sables y aún se respiraban aromas dictatoriales.
Ellos tienen el mérito, y ellos merecen pasar a la Historia de España por ser los verdaderos artífices el autentico grado de bienestar que los españoles de a pie disfrutamos hoy. Lástima que el propio Presidente Suárez no pueda disfrutar de los laureles de éxito que supone el hecho de haber realizado los deberes más complicados que cualquier Presidente del Gobierno puede realizar, a pesar de que vengan mal dadas y de que el viento sople en contra.