El indolente número 46 se empeñó en enseñarme a volar. Permanecía tranquilo y en silencio sobre la rama de encina y acudió una tarde con mensajes y símbolos. Quería que volara, no cesó en su interés. Utilizó todas las artes, las mañas de la experiencia y las virtudes de la existencia.
En la medida que aprendía a volar, la constancia es un acto que comienza en domingo, descubrí que el indolente 46 era en realidad Saúl, el número 1. Como un idiota aguardé el mediodía, maquillé las mejillas y lavé las alas con el agua de rocío que había quedado en las extrañas hojas de la encina.
Salté a las doce y un minuto. Intrépido y valiente volaba dando tumbos. Recordé el verso de Parra: el corazón del hombre imaginario.
Fue la primera vez. Ahora utilizo la propiedad como manía. Una generación es un invento humano, la poesía no se hace general, ni particular. La poesía es la discusión de las leyes de la naturaleza. Todas las cosas que aprendí del indolente número 46 las guardé en el cajón, con la nostalgia.
Como dice don Nicanor:
Hoy es un día azul de primavera,creo que moriré de poesía.