Revista Diario

Un día cualquiera (2)

Publicado el 30 marzo 2011 por Negrevernis
Suena el despertador. 7:00 del miércoles. Manotazo, me doy la vuelta. Abro los ojos minutos después y compruebo que me he quedado dormida. En diez minutos he de ducharme, vestirme, recoger rápidamente la mochila del colegio, despertar a Niña Pequeña e irnos.
7:55. Desayuno en casa de mis padres: leche, cacao, unas galletas. Miro el reloj. En breve mi compañero vendrá a buscarme para subir juntos al colegio. Comienza el miércoles.
8:30. Hora de tutoría. He preparado junto con mi compañera una sesión para concienciar a los de la clase del abuso de las tecnologías en su día a día. Me sorprendo al comprobar que no están tanto en internet como pensaba al principio; una alumna se define como dependiente del teléfono móvil y otro no concibe que haya alguien en el grupo que no tenga televisión en casa: "tú no has tenido infancia, chaval". Mucho teléfono, mucho iPod y demasiada televisión. ¿Y qué hacen los padres, que les dejan acostarse a las tantas y ver series americanas que no corresponden a su edad?
Antes del recreo: el alumno graffitero hoy ha traído una gorra tuneada por él mismo, aunque no quiere decírmelo (igual se cree que no me he enterado de cuál es su firma). Les cuento uno a uno varias veces mientras repasan unos ejercicios; miro el reloj ansiosa y aguzo el oído: hoy hay simulacro de incendios, un alumno va con muletas y les tiene que pillar por sorpresa. Resultado final: no se quema nadie de mi grupo.
En el recreo: una alumna me invita a chucherías en compensación por una conversación perdida. Las tomamos de postre tras charlar sobre el contenido de nuestros respectivos bocadillos. Las madres solidarias están en el piso de arriba, afanándose en sus manualidades y preparando ya la campaña solidaria del colegio.
12:35. Salgo de la clase de 2º. No lo admito delante de ellos, pero me gusta darles clase -aunque no estudien demasiado y me tenga que pelear para que hagan los deberes. Pero han sido capaces hoy de sacarme un par de sonrisas. No está mal después de un largo trimestre que se acaba. Bajo las escaleras pensando en el examen que les tengo que preparar y en quién les dará clase de mi asignatura el curso que viene.
14:15. Última hora del miércoles, el día que menos me gusta de la semana. He salido indemne de un par de provocaciones y solucionado lo de la nota de evaluación del alumno del fondo -que estaba mal calculada, aunque ya estaba aprobado- y los niños se han entretenido con pizarra digital -culmen del sistema (des)educativo actual: cuídame a los niños, que tengo prisa. Salgo sin pausa tras recoger en el despacho mochila y abrigo; se me ha olvidado la bufanda en marrones y chispea.
15:00. Él ha cocinado pollo al horno con tomate, casi lo que más me gusta. Comentamos las jugadas más interesantes de la mañana; no conoce a las familias ni a los alumnos, pero los relaciona con anécdotas pasadas y me sigue el hilo. Té de fresas para postre y telediario con las últimas noticias vergonzosas de los políticos españoles; más de lo mismo.
Después de comer. Dejo que se deslice el tiempo en el reloj del salón; tengo examen esta tarde, pero no quiero repasar porque me pueden los nervios. Ayer hablé con Carlos, mi compañero de mesa, a través del Facebook -casi lo mismo que hacen mis alumnos por Tuenti- y aventuramos algunas posibles preguntas. El curso ya pesa. Sigue chispeando.
17:45. Miro rápidamente el correo electrónico; una familia me ha mandado un par de mensajes interesantes y respondo; en el Facebook, dos mensajes de sendas amigas para quedar y una antigua alumna que me comunica la buena nota de su último examen de Historia. Preparo la mochila de nuevo: los apuntes de la asignatura -que no miraré-, los resúmenes -que procuraré ni tocar cuando llegue- y los esquemas -que repasaré en el bus, de camino a clase. Suerte.
Un día cualquiera (2)

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