Revista Diario

Un día de esos...

Publicado el 17 julio 2006 por Dinobat
Estoy lejos, como siempre he estado, como he podido manejar la maldad del mundo en que me lanzaron hace tiempo atrás. Todos buscamos maneras, formas, para seguir adelante, es que no nos hemos dado cuenta que se vive hacia delante, el atrás allí se queda, plasmado y seco en un cuadro que no podemos volver a pintar, en decisiones que nos persiguen hasta que pasemos de un plano a otro. Ahora me acuerdo, sentado solo entre las cuatro paredes blancas, las fechas ya no significan nada para mi, aunque en mi mente mantenga el calendario, esperando pausado, el día en que volveré.
El recuerdo que viene a mi es uno de esos tantos que tuve que vivir, los recuerdos se viven, eso dicen algunos, o simplemente vivimos para crear recuerdos, en fin entre recuerdos y recuerdos llego al día aquel, un día como otros en mi triste andar, pero que no significa que sea un día gris para todos en su simple caminar. Estoy acostado en mi cama, al ras del piso, mientras más bajo mejor duermo, tapado hasta el cuello, solo por costumbre desde niño, no vaya a ser que Drácula decida alimentarse conmigo. Escucho el teléfono sonar, no puedo distinguir si es un sueño o en realidad alguien llama buscando encontrarme.
Decido atender, algo en mi confusa mente me dice que debo hacerlo, aquel día, no es un día común, pero no logro descifrarlo. A lo lejos escucho la voz de un viejo amigo, el legendario Atanasio Pérez Batonni, sus palabras entrecortadas me llaman a pararme de la cama, salir a enfrentarme con el día a día, moverme hacia la verdad de nuestra realidad. Trato de hacer caso omiso a lo que dice, intento confundirle, le recuerdo los peligros de acercarse, por su parte Atanasio no piensa ceder esa noche, pasará por mi para no aparecer solo en la gran fiesta del año, el cumpleaños de Elisabetta Umann, conocida como la “Princesita”.
Teorizo sobre varios minutos sobre la poca importancia de ir solo o no a una fiesta, Atanasio no se inmuta, su misión es sacarme de mi casa, considera él que tengo mucho tiempo en el retiro, olvidado por las multitudes, agobiado por la existencia. Mi franela blanca y mi jean azul esperan ansiosos de lanzarse a la calle, mi madre quien recelosa vigila mi condena auto impuesta se asoma a la puerta del cuarto, es la primera vez en meses que el teléfono ha sonado menos de diez veces, por ende, que lo he contestado, ella sabe que la veo de reojo, cuelgo el auricular y me levanto, me visto, mi china al bolsillo, mi pena a los hombros.
En el carro Atanasio habla de las cosas que han sucedido, mientras he permanecido alejado, me quiere poner al día, aunque realmente no me interesa. Le advierto que estoy yendo por el honor a la amistad que le debo, no por querer hacerlo, pero por aquellas cosas que tenemos que hacer y que conllevan un deber ulterior. Mi presencia en ese lugar no será bien vista por muchos, para otros será un trago dulce que reafirma que habemos algunos que no desesperamos con la nada, me preparo, a medida que las ruedas se comen el asfalto, hay fechas que no debemos olvidar por más que nuestro interior solo sienta un pesar.
Llegamos al lugar, la majestuosa casa de viste de gala para aquella ocasión magna, la gente comienza a llegar, al ver mi figura puedo notar como los murmullos empiezan a subir, el tono se baja, la presión se siente. Ya dentro siento la necesidad del líquido, que no emborracha, simplemente Coca-Cola, uno de los mesoneros me mira raro cuando no pido whiskey o vodka, mueve la cabeza en señal de condescendencia, me sirve el vaso repleto, sonríe y se pierde en la noche. Atanasio trata de hacerme señas para que me acerque a un grupo, gente que me conoce, o eso piensan ellos. Yo saludo a lo lejos haciendo una seña que les hace pensar que ya voy, sin pensarlo me esfumo, me mezclo entre la multitud, y voy viendo, recordando, diciéndome a mi mismo que nada ha cambiado y que el juego tiene solo una regla, querer jugarlo.
A veces sabemos donde nos metemos, por momentos solo vamos engañados, hay tiempos donde conocemos a que vamos, distintos de los que vamos por obligación. La música a todo volumen me aturdía, las miradas recelosas de algunos, las miradas de búsqueda, de aceptación, de negación, todas ellas formaban el conjunto perfecto para la validez de la noche. Bailaban, conversaban, se podía ver la alegría y la tristeza en esa lucha por ganarle a la otra, en ese andar característico de los seres humanos. Sentado en una escalera, yo esperaba a que el tiempo pasara, simplemente eso hacía.
Allí solo mi imaginación vuela hacia tiempos inmemoriales, cuando corría libremente con mi capa persiguiendo enemigos de mentira, enemigos que por más prodigiosa que fuera mi mente simplemente no eran capaces de derrotarme a pesar de tenerme contra las cuerdas cada vez que les enfrentaba. Un sorbo de Coca-Cola pasa hacia mi estómago, aún agarro el vaso con mis dos manos, creo que nunca quise crecer, más bien habemos algunos que no estamos para eso, es solo que las horas pasan e inevitablemente nos volvemos adultos.
Siento unos pasos que provienen de arriba, en las escaleras en donde estoy sentado, algo me dice que no debo voltear, algo me anuncia que aquella noche apenas está por comenzar. Sin subir la mirada veo varios pares de zapatos pasar, la voz inconfundible de Luigi Luca Halconzini me hace helar la sangre. Por suerte no me toman en cuenta, él y sus secuaces siguen de largo, no entiendo que pueden buscar allí, pero es que el juego que juegan los humanos no nací para entender. La fiesta ha alcanzado nivel, los que suerte han tenido ya gozan del placer, otros tristes se ven por doquier.
Finalmente soy víctima de Atanasio y sus compinches, me atrapan allí en las escaleras, no lo hacen por mal, simplemente buscan socializar. Muchos se preguntan el porqué de no verme la cara por largo tiempo, yo me limito a sonreír y seguir bebiendo Coca-Cola. Reviso con detenimiento las personas que ahora se aglomeran a mi alrededor, finalmente llego a Clara Elena Molleja, quien sonríe agradablemente al verme, yo devuelvo la sonrisa, no me queda más remedio. El truco ha funcionado, Atanasio se mueve hacia sus menesteres y me deja solo con Clara Elena, conocida de vieja data, conocida y me pesa.
Ella hace su movimiento de inmediato, “pensé que más nunca ibas a salir de tu casa, hay Policarpio tu si eres aburrido”. Quieres bailar?, anda si?, no seas malo” dice la susodicha, yo me limito a seguir bebiendo Coca-Cola y ni siquiera contesto. Me acuerdo que no debo ser mal educado y antes que ella se de la media vuelta le digo que mi tobillo está hinchado y por ende no puedo bailar, ella se limita a decir “excusas, Policarpio”. Clara insiste en conversar, mis ojos solo siguen los pasos de Halconzini, respondo cualquier cosa para mantener a Clara contenta pero mi ser está en otro lado.
Se apagan las luces de la casa y con un reflector alumbran hacia la parte de arriba de unas escaleras, allí hace su aparición Elisabetta, la cumpleañera, con su coronita de brillantes que usa cada vez que cumple años, ella sonríe, saluda, con la gracia que la caracteriza, con los mismos ojos que algún día miré. Clara continúa su ataque frontal, yo permanezco de mi lado, en el lugar donde pertenezco, de donde no puedo pasar. Se mueve hacia una mesa con una torta gigante, todos entonan el “cumpleaños feliz”, la torta explota y una tortuga sale de la misma, Elisabetta es amante de las tortugas y morrocoyes, ella la toma en sus brazos y agradece el gesto de aquellos quienes prepararon la fiesta.
Al momento de soplar las velas, unas sirenas comienzan a sonar dentro de la casa, Halconzini y sus amigos, han venido a causar el caos. Luigi Luca, a quien le conocen como “Maccefaccio” sus amigos íntimos se para al frente de la torta y le dice a Elisabetta, “he venido a tomar lo que es mío, así que ríndete a mis pies”, Elisabetta sorprendida al igual que todos los presentes no sabe como reaccionar. “Mira Luigi Luca, que estás haciendo aquí?, hazme el favor y te vas de mi casa”. “Maccefaccio” se ríe y dice “me voy, pero me voy contigo, acéptalo tu nunca has dejado de pensar en mi, ven a mis brazos”.
“Luigi Luca” dice Elisabetta “por favor te pido que te retires, es mi día y no lo vas a arruinar”. A todas estas me he parado de las escaleras, Clara piensa que es por ella, pero le paso por al lado sin mirarle. Camino lentamente hacia la mesa en donde el show se está desarrollando, en segundos estoy allí parado. Elisabetta me ve y dice “ahora si, el dúo dinámico ha venido a acabar con mi fiesta”, en ese momento Luigi Luca me mira feo y se siente incómodo. “Como te atreves Policarpio, como te atreves a venir aquí”, “salgan de inmediato los dos, pajarracos insensatos, váyanse de aquí”. “Maccefaccio” insiste en que el solo se va si Elisabetta vuelve con él, yo estoy parado, esperando como siempre.
El “Maccefaccio” toma a Elisabetta por el brazo, la lleva hacia él, y hace una seña a los que le acompañan. Elisabetta me mira como queriendo insinuar que debo hacer algo, yo simplemente sonrío, hace unos segundos me estaba botando, ahora quiere que la salve. Todos los asistentes a la fiesta están sorprendidos de aquel espectáculo que está sucediendo, ni ellos mismos en sus tretas diarias participan en eventos llenos de surrealismo. Me sigo riendo, “Maccefaccio” quien no es exactamente mi amigo me grita a todo pulmón “desaparece Policarpio, desaparece sino quieres que te haga daño.”
Que sabe “Maccefaccio” de daños, me pregunto, realmente que sabe él lo que es llevar el daño adentro sin solución humana posible, que sabe ese personaje de dolores internos que no se curan con medicamentos de farmacia, que puede saber, que puede saber. Los dos secuaces se han colocado atrás mío, yo sin que nadie se diera cuenta he recogido la tortuga del piso y la mantengo en mi mano. El primer “tortugazo” se lo doy a el que cubre mi flanco izquierdo, pongo la tortuga en la mesa y la china se hace cargo del segundo secuaz, a lo lejos veo a “Maccefaccio” corriendo, arrastrada va Elisabetta quien ha perdido su corona como parte de todo el desastre.
Yo no estoy para perseguir, de eso estoy consciente desde años atrás, pero estoy para equilibrar, cosa que muchos no han entendido pero que simplemente debe pasar. De nuevo tomo la tortuga en mi mano, he descubierto que su caparazón es tan duro como mi coraza contra los humanos. Salgo corriendo hacia la puerta de la casa, Atanasio me mira y sonríe como dejándome saber que le alegra verme de vuelta, Clara Elena grita que me ama y yo simplemente centro mi mirada en la nuca de “Maccefaccio”. Yo no sabía que las tortugas volaban, ese día lo comprobé, con un disparo certero “Maccefaccio” cae al piso y se vuela tres dientes en el ínterin.
Al frenar mi carrera, estoy parado frente a frente con Elisabetta, de mi bolsillo saco un pequeño peluche, es un tigre, se lo pongo en sus manos y me limito a decir “feliz cumpleaños”, ella dice “te acordabas que era mi cumple, no lo puedo creer, tu siempre tan…allí llevo mi dedo a su boca, su labio superior me trae recuerdos al instante, se mueve lentamente hacia mi y cierra los ojos para besar al viento, a lo lejos, desde el lugar a donde pertenezco le miro, ella abraza el pequeño peluche, yo llevo mi cruz a cuestas…

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