Revista Diario

Un Día de la Madre

Publicado el 12 mayo 2013 por Luiscastellanos @lrcastellanos

Hace veintiséis años que mi amigo del ejercito Dan y yo cargamos un Corvette 427 azul metálico con neveras portátiles bermudas y camisetas, y pasamos frente a la lúgubre fachada de la policía militar de sombrío semblante hacia la puerta principal del fuerte McClellan. Preparados con los permisos para el fin de semana y con los bolsillos llenos de billetes nuevos que habíamos recibido por la primera semana de pago en el campamento de verano del Ejercito de Reserva, nos dirigíamos a la Florida- y el ejercito era el ultimo en lo que pensábamos. Felices al no encontrar nuestros nombres en la tabla de asignación de deberes del fin de semana, decidimos que un fin de semana en la playa era precisamente lo que necesitábamos para recuperarnos de cuatro días de raciones reducidas y de mosquitos en las colinas orientales de Alabama.

Nuestro campo de verano había comenzado muy pronto aquel año. El clima de mayo había sido delicioso, y con la capota abajo y el equipo de sonido en lo alto llegamos a Birmingham y decidimos detenernos allí para llamar a nuestras madres y desearles un feliz día antes de continuar nuestro viaje hacia el sur por la autopista.

Encontré a mamá en casa y me dijo que acababa de regresar de la tienda. Por el tono de su voz, supe que estaba decepcionada de que yo no pasara aquel día especial en familia. “Que tengas un buen viaje y ten cuidado, Te echaremos de menos”, dijo.

Cuando regrese al auto, por el rostro de Dan supe que el también estaba padeciendo del mismo sentimiento de culpa que me obsesionaba. Entonces tuvimos una brillante idea. Enviar flores, desde luego.

Aparcamos al lado de una florería del sur de Birmingham. Cada uno garabateo una nota para enviarla con las flores que nos absolverían de la culpabilidad de pasar nuestro único fin de semana libre en la playa y no con nuestra querida madre.
claveles

Aguardamos mientras el dependiente ayudaba a un niño, quien estaba eligiendo un arreglo floral, evidentemente para su madre. Impacientes, deseábamos pagar las flores y partir.

El niño se mostraba orgulloso a más no poder cuando se volvió hacia mi sosteniendo su arreglo mientras el dependiente escribía la orden.

“Estoy seguro de que le encantara a mamá-dijo-.
“Son claveles. A ella le fascinaban los claveles. Le agregare alguna flores del jardín, antes de llevarlos al cementerio”.

Levante la vista hacia el dependiente, que se veía conmovido. Luego mire a Dan. Observando al niño que salió de la tienda, orgulloso de su arreglo, y trepó al asiento de atrás del auto de su padre.

“¿Ya eligieron lo que desean?”, preguntó el dependiente, quien apenas podía hablar.

“Supongo que si”, respondió Dan. Botamos las tarjetas a la basura y nos dirigimos en silencio hacia el auto.

“Vendré a buscarte el domingo en la tarde, hacia las cinco”, dijo Dan deteniéndose frente a la casa de mis padres.

“Te esperaré”, respondí, mientras me esforzaba por sacar mi bolsa de la parte trasera del auto. Florida definitivamente podía esperar.

Vía Renuevo de Plenitud

Dia Madres

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