El siguiente relato está incluido en el libro de Neal Cassady titulado El primer tercio, editado en español por Anagrama. Neal Cassady es un elemento básico dentro de la generación beat, pues, si bien no es conocido por sus escritos (sólo se publicó el mencionado El primer tercio), aparece como personaje en algunas de las obras fundamentales de los autores de dicho grupo, que eran amigos suyos: es el Dean Moriarty de En el camino, de Jack Kerouac; el Cody Pomeray de Visiones de Cody, también de Kerouac; el N.C. al que está dedicado Aullido de Alleng Ginsberg; el Cowboy Neal que conduce el autobús Furthur, en el que viajan Ken Kesey y los Merry Pranksters, en Ponche de Ácido Lisérgico de Tom Wolfe... Sus viajes y su modo de vida —con varios matrimonios y una sucesión de trabajos alimenticios—, además de su carácter enérgico y nómada, fueron, en parte, inspiradores de la filosofía beatnik y su idea de eterno movimiento.
Un día, mientras revisaba el tren comprobando frenos bloqueados, etcétera, me subí arriba par revisar los indicadores de un tren que pasaba (nuestro orgullo, el Daylight, número 99) y encima del vagón frigorífico vi a un vagabundo. Veo por lo menos a diez o veinte vagabundos cada día; sin embargo, yo estaba realmente colocado, el sol calentaba agradablemente y me quedaba casi una hora de espera hasta que arrancase mi tren, así que me senté junto a aquel tipo y charlamos. De pronto empezó a contarme sus alucinaciones; eran una colección de las ideas de vagabundo medio corrientes como lo de que cuando llegó a San Francisco echó a andar por la calle Mission y cuando vio un coche de la policía creyó que oía al guardia anunciar por el altavoz, mientras su compañero pasaba conduciendo lentamente, estas palabras una y otra vez: «Ha llegado la hora, todo el mundo cuerpo a tierra para no sufrir heridas cuando estalle el sol.» Su mente oyó esas palabras, pero sus emociones le hicieron sentir que, en realidad, los polis se dirigían directamente a él para detenerlo porque llevaba la bragueta abierta (la cremallera estaba rota y no tenía imperdibles para cerrarla), así que corrió a esconderse en un pasaje, pero el coche entró por allí también, así que se largó de San Francisco y cogió un mercancías para Watson Bill. Ésta es la más sencilla y creíble de sus imágenes. Todo empezó después de haber tenido una mala cogorza y llevar cuatro días sin comer. Estaba en los muelles de carga de Sacramento y se subió a un vagón abierto para tumbarse. El mundo parecía normal y no había señal de que algo raro fuese a suceder. Empezó despacio y con normalidad, lo corriente en la cabeza de uno recibiendo el sonido de una gran máquina de vapor que pasa lentamente y va organizando sus bufidos conforme a un ritmo y luego poniendo una frase corta en ese ritmo. La acentuación específica de una máquina de vapor es bien conocida (como: es un negro, es un negro, una vez y otra, con el acento en la primera palabra, y por supuesto si uno se queda con ello lo suficiente ya puede poner los acentos en cualquier sitio porque el escape de la locomotora cambia por la cantidad de presión, igual que un cambio de marchas) y mucha gente se pone a crear una frase que haga juego con el ruido de la máquina, así que se aburren de la perspectiva y renuncian. Aquel vagabundo empezó de ese modo, su frase era «cómo me llamo, cómo me llamo»; quedó atascado en esas palabras mientras pasaba la locomotora y no intentó responderse a sí mismo porque era innecesario. Y una vez se alejó la máquina se preguntó a sí mismo ociosamente «¿Cómo me llamo?», y se quedó pasmado al descubrir que no lo sabía. Pensó que se había olvidado por un momento y su mente comenzó a luchar confiando en dar con la respuesta. Continuó rebuscando en su memoria las palabras que formaban su nombre. Como no lo lograba, probó sonidos que pudieran ser parecidos, John, Juan, etcétera; luego probó diferentes palabras: John, Peter, etcétera. Finalmente, se agotó a sí mismo allí tumbado en el vagón. Se imaginó que se dormiría y cuando despertase le vendrían las palabras. Aquello también falló, así que le entró el pánico. Dijo que sentía un ansia incontrolable de saltar y echar a correr tan lejos y deprisa como fuera posible, pero que al mismo tiempo sentía una incapacidad igualmente incontrolable de moverse. Entonces el tren que estaba al lado empezó a moverse, de modo que se esforzó en cogerlo y, sin preocuparse de adónde lo llevaría, permaneció tumbado intentando recordar su nombre haciendo memoria de su pasado, incluido lo que había hecho últimamente. Se acordaba de pocas cosas de su vida de antes, pero sí recordó con facilidad lo sucedido recientemente. Había estado por una tierra de nadie en el valle de San Joaquín recogiendo fruta. Una vez hubo juntado unos ahorros se fue a Sacramento y se enrolló y se hizo amigo del encargado de un bar. Pocos días después alguien se coló en su habitación y le robó el dinero y los zapatos. El del bar le dio unos zapatos viejos y le emborrachó por cuenta de la casa. Después se fue a los muelles de carga a coger un tren para Salinas (al sur de Watsonville), etcétera, etcétera.