La ciudad anochece con colores violetas, rosáceos y azulados, qué bello paisaje para capturarlo de alguna manera. Apoyada en la barandilla de mi balcón, la observo. Tanto los vehículos como las personas van deprisa, angustiados hablando por los móviles o mirando de un lado para otro. Desde aquí arriba todo se ve desde una perspectiva diferente. Tengo la suerte de que, observarel continuo y estresado movimiento de las calles de la ciudad, haga que yo no sea así. Me gusta disfrutar de las pequeñas cosas, pararme a observar escaparates, sentarme en un banco con un libro romántico y olvidarme de mi alrededor o sentarme también para disfrutar de una deliciosa comida rápida mientras observo a las personas pasar. Un disco de vinilo suena todos los días en el interior de mi casa, inundando el ambiente de tranquilidad y armonía. La noche ya empieza a refrescar, así que me adentro y cierro lentamente las ventanas, visualizando por última vez las pequeñas luces que iluminan las calles. Me siento en un sillón heredado de mis abuelos, algo antiguo pero con un olor peculiar, el cual me hace viajar durante unos instantes a aquellos tiempos en los que la mayor dificultad era aprender a multiplicar o dividir. También tengo en una pequeña estantería de al lado los libros que le leían a mis padres de pequeños. Cojo el que tiene la portada verde con unas líneas doradas y lo observo. El sonido y olor que producen las finas páginas amarillentas al pasarlas rápidamente es algo que adoro. Cosas simples. Desde pequeña me decían que era una chica especial, soñadora y observadora. Siempre me he identificado con la peculiar y encantadora protagonista de la película Amelie. Recuerdo el día en el que me convertí en una chica peculiar como ella. Con seis años entré con mis padres en una tienda donde vendían discos de vinilo y me enamoré al instante de todo lo que veían mis curiosos ojos verdes. Me solté en seguida de la mano de mi madre y empecé a corretear por la tienda, averiguando de dónde venía una preciosa melodía de piano. Cuando encontré el disco que la reproducía, me quedé allí delante, sin moverme. Mis padres, al verme, se acercaron y me preguntaron si me gustaba. Les dije que sí porque me imaginaba a una tortuga bailando encima del disco dando vueltas y vueltas sin parar, por lo que me empecé a reír. Al ver las caras de los adultos que se encontraban allí, me di cuenta de que o creían que estaba loca o que deseaban volver a tener mi edad para ver la vida de una manera más bonita. Desde entonces, aquel disco de vinilo es el que suena en este momento. Es mi regalo más antiguo y preciado. Me he dado cuenta que todos vivimos tan estresados, corriendo de un lado para otro, que no nos damos cuenta de todos esos detalles tan bonitos que hemos vivido ni de los que se nos regalan cada día. Por ello creemos que tenemos una rutina que hay que seguir pero, si nos saliéramos de nuestros propios esquemas y aprendiésemos a observar, nuestra visión de la vida sería mucho más bonita y diferente. Ojalá todos nos parásemos a imaginar a una tortuga dando vueltas en un disco de vinilo.