Un domingo cualquiera

Publicado el 27 febrero 2011 por Diebelz

El atardecer de un domingo cualquiera desde mi azotea.

 Una voz transciende del quebrar metálico, me despierta. Magullo indicaciones, besos, hablamos. Se apaga. Tientan mis amargos ojos el entorno que cobra sentido con el encender de la blanca luz envuelta en sábanas altivas. Me roban los croissants tras el mostrador y secuestro mis pasos por la ciudad ocupada por foráneos idiomas, palomas que se enredan en los balcones. Apoyado con el café contemplo cómo una roja pluma se eleva por las casas, danza en soledad bajo la claridad. Sonrío y de un espanto pierdo la barba, condeno los días de rebajas, me anido en la playa abandonada donde me empano y bato mi mandíbula. Son momentos que varan en el amarillento recuerdo. Diré en un futuro: "aquí me reía a solas, terminé aquel Maldito Karma que batirá tristezas en la puerta de mi instituto con G." (G. en realidad es la reencarnación de Renée, la portera de La elegancia del Erizo). Y tras combatir con roja tinta los errores de quienes deben acertar en un futuro inmediato la razón de la Historia en directo, me contemplo absorto recogiendo la ropa con el atardecer. El día fue un instante. El día fue hoy y será ayer. Un domingo que podría ser cualquier domingo en algún recóndito álbum de cantautores, pero que fue un domingo donde me sentí abrazado a esas pequeñas cosas que laten y dejan la indiferencia tras un quicio, que tuvieron como himno el hilo de Thom Yorke que suplica conmigo simulando un canto frente al espejo,  don't leave me high, don't leave me dry.