Un estadio para Samaranch
Publicado el 27 abril 2010 por Fujur
La ambición está muy mal vista. Se entiende como algo negativo, carente de solidaridad, íntimamente ligada al egoísmo. Se tiene por equivalente a las “ansias de poder”, al querer ser superior y alcanzar prerrogativas y consideraciones superiores a las del común de los terrenos, véase “hombre estándar”. Se ignoran los sueños que llevan a la superación, y se incide en los aspectos que, de alguna forma, nos conducen a nuestra propia envidia. Ayer falleció Juan Antonio Samaranch, Presidente honorífico del Comité Olímpico Internacional. Las reacciones no se han hecho esperar, y junto a las muestras de consuelo y solidaridad para con la familia, a las que me uno, h an aparecido increpaciones y tergiversaciones de etapas conflictivas. Al Samaranch “dador” de los Juegos Olímpicos a Barcelona se le contrapone, por algunos, el de Samaranch esbirro del franquismo. Hay quienes no le perdonan haber trepado por el organigrama del régimen dictatorial, por más que en su subida hacia la “gloria olímpica” beneficiara a todos los barceloneses, y a todos los españoles en general. Oía ayer en una emisora catalana, comúnmente posicionada con el socialismo, que gracias a Samaranch se “normalizó” (legitimó mejor dicho, no fuere que alguien lo llevara a falsas interpretaciones, basándose en fenómenos, funestos, de la actualidad) el uso del catalán entre la élite (en particular, durante su paso por la Diputación de Barcelona), abriendo el paso hacia la “normalidad democrática” de Cataluña (uniendo realidad social y política, justo lo contrario de lo que acontece ahora...). Sin embargo, y ante todo, si por algo se caracterizó Juan Antonio fue por conseguir abrir España al Mundo.“Desde dentro” Samaranch hizo salir la rosa del capullo, eso sí, sin connotaciones de generación en cuanto al embrión vegetal (sino más bien todo lo contrario), pues España estaba atravesando el peor momento de su historia. Un país sumido en la decadencia, en una dictadura del Terror, aún herido por la peor catástrofe de su vida como Estado, pudo, gracias a él, acoger el máximo acontecimiento mundial, unos Juegos Olímpicos. Barcelona no es lo que es hoy por la gestión de ninguno de sus alcaldes. Barcelona no es una metrópolis universal por ser capital de nación alguna, ni feudo de ningún glorioso equipo (del cual soy fan entusiasta). Barcelona es, valga la redundancia, la Barcelona de hoy en día, gracias a unos Juegos Olímpicos. Dice algún periódico de Inglaterra que Samaranch introdujo oscurantismo en el COI, quizá, simplemente, conservó un tanto las nieblas que siguen emanando del mundo anglosajón. Tal vez se le pueda echar en cara que no pudiera dar las olimpiadas a Atenas en su momento, que EEUU consiguiera un bodrio olímpico con Atlanta y que París y Londres, sin vergüenza alguna, hayan podido optar, con posibilidades una, con efectividad la otra, a unas olimpiadas que ya habían celebrado en más de una ocasión. Seguramente no fue culpa suya, y sí de una institución que tiene sombras, no atribuibles exclusivamente a la persona del difunto.
Tal y como han hecho eco varios medios de información, y propuesto un partido político, ayer creé una iniciativa que promueve poner el nombre de Juan Antonio Samaranch al estadio olímpico. Sin lugar a dudas, y ante la carencia de méritos deportivos del actualmente homenajeado por el campo, esta iniciativa sea más cuestión de decencia que de necesidad. ¿Acaso se precia cualquier “entidad moral” que no sabe recordar a sus difuntos?
Samaranch no fue perfecto, pues fue humano. No fue el hombre ejemplar para todo ciudadano, pues se puede no haber compartido ideas o prismas con él. Pero debemos ser empíricos y no metafísicos, reales y no soñadores. La ambición de un hombre nos hizo ser olímpicos, y por más que esté mal visto el querer alcanzar poder en medio alguno, a veces, como en este caso, de ser válido quien lo alcanza... se sacan ventajas.
Quisiera que este fuera el principio de un pensamiento. Quisiera que pudiera llegar el día en que nuestros ilustres muertos no fueran meros políticos, por definición partidistas. ¿Dónde está el homenaje de Barcelona a Salvador Dalí, al Quijote (que pisó, aunque fuera literariamente, el barrio de la Barceloneta) o a Copito de Nieve (por ser un emblema simpático)? ¿Dónde están los ilustres científicos y filósofos que trabajaron o hicieron más grande, intelectualmente, la sombra de Barcelona (Ramón y Cajal)? Quizá sea el momento de construir imaginarios racionales, enaltecer el mérito, la razón y los éxitos colectivos, incluyentes. Dejemos a un lado el potiqueo tribalista y seamos bien nacidos, como diría el dicho. Os invito a esta reflexión, muy encarecidamente.